martes, 27 de enero de 2009

Adolescente

En la primera mirada casi la confundo con una niña, una adolescente lo más. Menuda, delgada, de espaldas como la vi, con sus botas de piel vuelta forrada de peluche, sus vaqueros ciñendo un talle casi infantil, un simple jersey y la melenita jugando con el viento. Después advertí que, al acabarse de bajar de un opelcorsa vetusto, del que aseguró los cierres, debía haber cumplido los dieciocho. Seguí con mi pequeña tarea de jardinería para la que se necesita escaso arte.

Unos diez minutos después, ya yo barría el suelo hacia abajo y la vi venir con su tierna muñeca. Perdón, no quiero inducir a confusiones. Con su hija. Esta la llamó 'mami' varias veces y eso me permitió confirmar tan profunda teoría. De frente, confirmé su poca edad, pero comprendí que no lo era tanto. Su rostro era común como el de cualquier joven, con los aderezos, el piercing, la sombra de ojos, un toque de brillo en los labios, de cualquier otra muchacha. Para no parecer un mirón, mantuve poco tiempo la vista en el grato conjunto que formaban madre e hija. Esta era una delicada bailarina de cinco o seis años, o eso me pareció pues parecía no apoyar los pies en el suelo. Revoloteando como una mariposa alrededor de su mami, aprovechando que iba suelta por la ancha acera, no cesaba de saltar, correr, moverse, parlotear y de cuando en cuando soltar pequeñas risas que semejaban el batir de unos pocos pequeños cascabeles de plata.

Como no es demasiado habitual el gesto hacia un desconocido, me sorprendió que se dirigiera hacia mí con un '¡hasta luego!', cuando ya colocada su princesita en el asiento supletorio infantil de atrás, se disponía a entrar por la puerta del conductor. Esto me permitió levantar la cabeza y mirarla unos momentos, antes de contestar con otra fórmula intrascendente a su leve saludo. Aprecié entonces que en su frente se marcaba alguna arruga y que sus ojos estaban velados por un deje de pena en esos momentos en que estaban fuera del alcance de los de la niña.

Se alejó en su coche de muchos años. No debí permitirme elucubraciones pero caí en esa tentación. Aventuré en mi fuero interno que esa muchacha, joven madre, de porte adolescente y mirada dulce pero levemente triste, atravesaba un período no grato de su vida. Deseé que se disipara cuanto antes la nube que parecía nublar sus cielos.

domingo, 18 de enero de 2009

Tempranero

He oído el rumor de su viejo motor y me he arrimado cuidadosamente a la pared de la estrecha calleja. Sin embargo, él no espera a estas horas de la mañana de domingo a un peatón y advierto tras el parabrisas un ligero gesto de sorpresa. Disminuye si es posible aún más la velocidad y al pasar le hago un ligero gesto de saludo al que corresponde llevándose dos dedos a la visera de su gorra, para volver a agarrar de nuevo, cautelosamente, con las dos manos el volante.

Además de la vieja gorra de visera, viste un chaquetón también gastado y cubre el pecho con una bufanda. Conduce sin gafas aunque estoy seguro de que su vista no es buena. Pero para lo que hay que ver, se dirá y me digo, ya es suficiente. Es más que probable que el vetusto opelcorsa no tenga calefacción funcionante o bien él no la pone para no sentir el contraste cuando salga al exterior donde se rondan los dos grados.

¿A dónde va tan temprano el viejo conductor? ¿Tiene que trabajar su hija hoy y va a ejercer de abuelo canguro? Rechazo la idea, pues sus nietos, de tenerlos, es probable que tengan una edad y se hayan acostado hace un rato tras el botellón. ¿Es que tiene una pequeña parcelita y va a dar una vuelta aunque la tierra tenga una costra dura y fría? Adonde quiera que vaya el aguerrido chófer, a quien calculo doce o quince años más que yo, le acompaño con el deseo de que tenga un día feliz y la solidaridad de los que ya conducimos por el último tramo de la vida.

miércoles, 7 de enero de 2009

Incendio

Una luminosa grieta de luz. Un resplandor rojo brillante que proclama un bello incendio, tibio e inocente. Un grito esplendoroso que anuncia el amanecer. Así se adorna el nuevo día frente a mi ventana.

En el contraluz, como negros arabescos troquelados que sé que son verdes, los árboles vecinos. Una gloriosa palmera washintonia, una araucaria simétrica que busca alcanzar el cielo, un humilde pino negral con millones de agujas de esmeralda.

Entre ellos, saltarines, alegres, rumorosos en sus gorjeos, voletean pequeños pájaros que en un morse inquieto y enigmático me están escribiendo el fulgor de un mensaje de esperanza.

Gracias.