martes, 19 de agosto de 2014

Emprendedora

“Era menor cuando llegué a Madrid. Tenía la plata justa para entrar como turista. Toda mi demás platita la había gastado allá para conseguir aquel pasaporte que no era bueno, pero lo conseguí gracias al Viejo y muy a su pesar. Luego ya me sirvió porque en Madrid se fijaron más en otras cosas. Al pasaporte, sellazo y ya está. Yo tenía cuerpo de mujer desde los trece. El Viejo era un demonio pero también le debo muchas cosas. En su tienda me fió comida cuando me quedé sola al morir mi mamá. Luego empezó a requerirme: que me abriera la blusa. Solo por eso rompió el papel con todo lo que le debía. Que me la quitara, y pues. Días más tarde, después de darme plata en la mano, él mismo me desabrochó y anduvo tocando un rato. Era suave, a pesar del temblor y el ansia que le notaba y nunca me hizo daño. No me gustaba nada, pero no tenía otra manera de sobrevivir. Mis tetas me dieron de comer y para comprar algo de ropa. Iba a verle una o dos veces a la semana. Él quería que fuera cada día. Hasta que una tarde me ofreció mucho, yo nunca vi ni tuve tanto dinero, por verme desnuda del todo en su trastienda. Salí corriendo asustada. Pero al rato volví y sus ojos se alegraron tanto que volteó la tablilla y mantuvo cerrada la tienda buen rato. Solo dejé que me tocara por arriba y mira que porfió veces bajando la mano. Caí en la cuenta de que cuanto más él lo deseara, más plata podía obtener cuando se lo terminara permitiendo. Ya estaba acostumbrada y no me parecía que me pudiera pasar nada malo por ello. Solo las manos."




"Un día que me manoseaba con una mano -yo sabía donde tenía la otra- sus ojos parecían tener mucha fiebre. Casi temblando de calentura me dijo un número. Le contesté diciendo el doble. Sí, sí, suspiró y me acarició por debajo. Terminó haciéndome casi gritar. Aquella noche conté todo lo que tenía ya reunido en la bolsita que ocultaba en mi almohada. Fue entonces cuando empecé a procurarle por un pasaporte. No quería que me marchara. Negó conocer a nadie que me lo pudiera proporcionar pero yo sabía que sí. Dejé de ir por la tienda más de una semana. Como entonces no tenía yo celular aún, no sabía cómo localizarme. Cuando asomé otra vez por allí al cabo de los días, casi salió corriendo para voltear la tablilla. CERRADO. Me planté intransigente. Ni siquiera me abriría la blusa si no me decía qué tenía que hacer para lograr un pasaporte donde pusiera que tenía diecinueve años. Terminó por darme una dirección. Hasta que no comprobé que todo iba, no volví a su tienda. Aquello me costó que recorriera con sus dedos todos los caminos de mi cuerpo, hasta donde no había llegado nunca. Su aliento no era bueno, pero bien que me lo rogó, para que le dejara buscar mis huecos con su lengua. Solo las manos, era mi condición.”

“Dos días antes de llegar a Madrid metieron a mi hermano preso. No lo supe hasta haber pisado España. No contestaba al celular. Sola en un país y una ciudad que no conocía. Fueron las peores horas de mi vida. El muy cojudo hermanito había intentado venderle cien euros de maría a un policía cincuentón que frecuentaba el bar donde él era camarero. Nadie del redor sabía que el tipo era madero. Como el muy pinche ya había reincidido, fue a la jaula con un expediente de expulsión. Tenía su dirección y después de perderme dos veces en el subte para tomar el Cercanías, conseguí llegar al pueblo donde vivía con su novia, realquilados en una habitación. Ella me explicó todo eso en pocas palabras y terminó: 'Ya no somos novios'. No quiso oírme más, ni mucho menos dejarme traspasar su puerta. Me botó de allí la perra, como escupiendo."  

"Todavía no sé ni cómo me vino la idea. Dormiría en el aeropuerto. Me fue menos difícil llegar esta vez. Abrazada a mi troly conseguí dar unas pocas cabezadas. Tanto suplicio y el cambio de horas me hacían pensar que nunca volvería a dormir.”



“No sé si me apetece seguir narrándote mi vida. Lo que viene ahorita no es ya nada especial, la misma historia de muchas mujeres.”