Hubo una época en que se hizo famosa la frase ‘Lea usted más los periódicos-que estaban totalmente domesticados- y viaje usted menos. Tiempos de oscurantismo, en que era mejor si se vivía en Huelva, no saber cómo eran las carreteras riojanas y si se era gallego, mejor no conocer el camino de Jaén a Cuenca. Viajar fuera del terruño era conocer otros ambientes, otros horizontes, otras costumbres e, inevitablemente se iban a producir comparaciones. Eso tenía su peligro. Mucho mejor frecuentar el Nodo, oir la radio de noticiero único y oficial, leer el periódico de la provincia, y si se leía uno de la Capital, del famoso kilómetro cero, ya este venía retocado y maquillado para llegar al extrarradio de la piel de toro.
Simplemente cruzar el Guadiana en barcaza o traspasar el Pirineo exigía pasaporte, este no era demasiado fácil de obtener y se convertía en objeto de chantaje, pues si alguien alzaba un poco la voz, si orinaba algunas gotas fuera del tiesto, una de las primeras consecuencias era la retirada del pasaporte. Quizás mi primer pasaporte solo albergaba unos sellos de Vila de Santo Antonio y Ayamonte, de Elvas y Badajoz y no sé si el famoso de Port-Bou. Y caducaba y ahí se quedaba con sus cuatro o seis estampillas como recuerdo.
Hoy habría que cambiar aquella frase por justo su contraria: ‘Viaje usted todo lo que pueda', y además lea e instrúyase antes y después sobre el sitio al que va a ir; en caso de hacerlo a algún país exótico o simplemente algo más lejano de lo habitual, profundice lo más posible en su forma de vida, no se conforme con hacerse unas pocas fotos y reflexione de vez en cuando que hay mundos distintos del nuestro. E intente comprender a ese prójimo, tan próximo, en la era en que no hay distancias.
Fondo casi perdido. Casi casi olvidado. Pero los viejos rockeros... aunque uno siempre fue más del "agarrao".
miércoles, 30 de enero de 2008
lunes, 28 de enero de 2008
Marilyn
En 1954 Marilyn Monroe realizó su histórica y famosa actuación para las tropas norteamericanas en Corea. ¿Esto no va a terminar nunca?, se preguntaban muchos de esos soldados, a nueve años de finalizada la terrible contienda mundial. Marilyn con su mirada pícara que algunos achacaban a su miopía, durante unos días satura la mente de estos muchachos. Fue una gestión militar desconocida hasta entonces, consistente en la manipulación mental de los combatientes con un señuelo estético-sexual. Otra rubia, la chica Ole-ole en todo su esplendor, Marta Sánchez, hizo lo propio en la primera guerra del Golfo para las tropas españolas, allá en el año 91 para cantar su single más conocido, ‘Soldados del amor’.
¿Y a qué viene esto me pueden ustedes preguntar? Pues a que se ha muerto Antonio. Quizás cada vez lo entiendan menos. Recapitulemos. La guerra de Corea es el primer conflicto bélico del que yo acierto a acordarme. Con siete u ocho años, a mí me sonaba lo del paralelo 38, lo de Seúl y Pyonyang y hasta hubo una colección de cromos donde veíamos aviones, yís (jeeps), perdonen la primera ortografía, que así los nombrábamos y soldados reales con cascos en acción guerrera. Por las noches seguía el consejo de rezar un Avemaría “por la paz del Mundo”. Si no me dormía temprano, llegaba a oír el ‘parte’ de las diez, que así se llamaba el noticiero oficial y obligatorio de la radio y allí escuchaba lo del paralelo, los tanques y las tropas. Tal vez rezaba una segunda Avemaría.
Sin embargo, aparte del nombre, de la guerra de Ifni no supe nada, casi nada, hasta bastantes años después. Mi amigo Antonio, el que ha muerto hace unos días, fue soldado en esa llamada ‘guerra secreta’. Él me contó muchas cosas. En 1956 Marruecos consiguió el reconocimiento de su independencia y pasó de sultanato a reino, siendo el titular del mismo Mohamed V. España mantuvo como provincia española, dentro del territorio marroquí, el enclave de Ifni que junto al llamado Sáhara Español, eran claves estratégicas frente al archipiélago Canario.
Entre el otoño de 1957 y la primavera del 58, una presunta guerrilla –más bien, fuerza paramilitar respaldada por su gobierno- marroquí fustigó con sus ataques los puestos militares próximos a la ciudad principal, Sidi-Ifni. Fue una guerra nunca declarada y nunca finalizada. Allí cumplían su servicio militar soldados españoles de reemplazo, entre ellos, mi amigo Antonio. Él estuvo en el puesto avanzado de Tiluin, donde pasó frío, calor, mucha hambre, ingentes penalidades y muchísimo miedo. Me contaba cómo desde su puesto de guardia, con unos prismáticos casi inservibles, divisaba rígidos como estatuas, a los oteadores enemigos de las fuerzas que habían constituido un cerco.
Ante el veto de los Estados Unidos (aliado de Marruecos) para que España utilizara aviones o armas fabricados por ese país, tras la firma de los acuerdos de las bases hispanoamericanas, se hubo de recurrir a los viejos Junkers alemanes de la guerra civil, veinte años después. De ellos se tiraron casi cien paracaidistas, en tanto que desde otro se lanzaban armas y suministros. Estas fuerzas también terminaron cercadas en el poblado. ‘Mira, chiquillo –me decía Antonio- todavía lo recuerdo y se me ponen los vellos de punta. Yo creí que moríamos todos de esa jecha’. Hasta principios de diciembre estuvieron allí, resistiendo de forma increible, hasta que fueron liberados por dos banderas de la Legión y trasladados a Sidi Ifni, donde llegó a haber un contingente de casi 8.000 defensores. La ciudad resultó inexpugnable hasta el verano siguiente en que terminó el asedio.
En su recuerdo, he comenzado esta ya larga batallita hablando de Marilyn. En las Navidades de 1957, Carmen Sevilla también visitó a la tropa, para darle ánimos cantando, bailando y llevando a aquel infierno la sonrisa más bonita de entonces del cine español. Ella fue nuestra primera Marilyn. Marta Sánchez, lo fue 35 años después.
En honor de mi amigo que se ha ido, quería dejar aquí esta página en su homenaje. Solo tenía diez años más que yo.
¿Y a qué viene esto me pueden ustedes preguntar? Pues a que se ha muerto Antonio. Quizás cada vez lo entiendan menos. Recapitulemos. La guerra de Corea es el primer conflicto bélico del que yo acierto a acordarme. Con siete u ocho años, a mí me sonaba lo del paralelo 38, lo de Seúl y Pyonyang y hasta hubo una colección de cromos donde veíamos aviones, yís (jeeps), perdonen la primera ortografía, que así los nombrábamos y soldados reales con cascos en acción guerrera. Por las noches seguía el consejo de rezar un Avemaría “por la paz del Mundo”. Si no me dormía temprano, llegaba a oír el ‘parte’ de las diez, que así se llamaba el noticiero oficial y obligatorio de la radio y allí escuchaba lo del paralelo, los tanques y las tropas. Tal vez rezaba una segunda Avemaría.
Sin embargo, aparte del nombre, de la guerra de Ifni no supe nada, casi nada, hasta bastantes años después. Mi amigo Antonio, el que ha muerto hace unos días, fue soldado en esa llamada ‘guerra secreta’. Él me contó muchas cosas. En 1956 Marruecos consiguió el reconocimiento de su independencia y pasó de sultanato a reino, siendo el titular del mismo Mohamed V. España mantuvo como provincia española, dentro del territorio marroquí, el enclave de Ifni que junto al llamado Sáhara Español, eran claves estratégicas frente al archipiélago Canario.
Entre el otoño de 1957 y la primavera del 58, una presunta guerrilla –más bien, fuerza paramilitar respaldada por su gobierno- marroquí fustigó con sus ataques los puestos militares próximos a la ciudad principal, Sidi-Ifni. Fue una guerra nunca declarada y nunca finalizada. Allí cumplían su servicio militar soldados españoles de reemplazo, entre ellos, mi amigo Antonio. Él estuvo en el puesto avanzado de Tiluin, donde pasó frío, calor, mucha hambre, ingentes penalidades y muchísimo miedo. Me contaba cómo desde su puesto de guardia, con unos prismáticos casi inservibles, divisaba rígidos como estatuas, a los oteadores enemigos de las fuerzas que habían constituido un cerco.
Ante el veto de los Estados Unidos (aliado de Marruecos) para que España utilizara aviones o armas fabricados por ese país, tras la firma de los acuerdos de las bases hispanoamericanas, se hubo de recurrir a los viejos Junkers alemanes de la guerra civil, veinte años después. De ellos se tiraron casi cien paracaidistas, en tanto que desde otro se lanzaban armas y suministros. Estas fuerzas también terminaron cercadas en el poblado. ‘Mira, chiquillo –me decía Antonio- todavía lo recuerdo y se me ponen los vellos de punta. Yo creí que moríamos todos de esa jecha’. Hasta principios de diciembre estuvieron allí, resistiendo de forma increible, hasta que fueron liberados por dos banderas de la Legión y trasladados a Sidi Ifni, donde llegó a haber un contingente de casi 8.000 defensores. La ciudad resultó inexpugnable hasta el verano siguiente en que terminó el asedio.
En su recuerdo, he comenzado esta ya larga batallita hablando de Marilyn. En las Navidades de 1957, Carmen Sevilla también visitó a la tropa, para darle ánimos cantando, bailando y llevando a aquel infierno la sonrisa más bonita de entonces del cine español. Ella fue nuestra primera Marilyn. Marta Sánchez, lo fue 35 años después.
En honor de mi amigo que se ha ido, quería dejar aquí esta página en su homenaje. Solo tenía diez años más que yo.
sábado, 26 de enero de 2008
Pescado
“¡Almejas de carril, mujeres, huevas de merluza fresquísimas! ¡Dos kilos de boquerón, tantos euros! ¡El choco y la gamba fresca de Huelva, niña! ¡Merluza del Cantábrico que esta misma noche ha pasado las montañas! ¡Aquí no te vas a poner rica, mujer, pero te vas a ahorrar un billetito!” . Mi amigo tienen en su pequeña pescadería cuatro o cinco clientes esperando, pero ha dicho, ‘un momentito ná más’ y se ha asomado a la puerta de su chiscón a entonar su pregón que he sido incapaz de memorizar completo. Ha cantado el precio de la rosada, ha dicho a voces de dónde viene su atún, dónde han pescado sus acedías y todo ello con un buen humor envidiable.
Tal vez celebra que esta tarde de sábado no tiene que cenar a las seis para acostarse en seguida y levantarse a las dos y media o a las tres de la madrugada para ir al Merca. Me cuenta que a esa hora se da un largo paseo para echar un vistazo detenido, cuando aún está casi vacío, mientras los asentadores aún andan terminando de exponer sus cajas de pescado. Como decía aquel anuncio más o menos, mira, compara y compra lo que su clientela le va a pedir, al mejor precio.
La pescadería está en una calle céntrica, relativamente silenciosa, y él espera a que sean sobre las nueve de la mañana para, a cada rato, asomarse a la puerta y hacer sus recitados. Se cala una gorra blanca de marinero que nunca se ha embarcado. Se crió en un mercado municipal de muchos puestos, en el que los pescaderos no sólo pregonaban su mercancía sino que se lanzaban pullas unos a otros, dentro de la amistad y el llevarse bien, para atraer a las Marías, como suelen llamarlas con agrado, a su mostrador de mármol, donde la plata del mar relucía bajo los potentes focos. De vez en cuando echaban un disimulado rieguito sobre la mercancía que se secaba algo con el calor de la iluminación.
Hoy, en el súper lujosillo donde entro algunas veces, ese riego es un pulverizado automático que cada equis minutos cae sobre el material expuesto. Ningún empleado grita y usan un gorro impecable, chaquetilla de listas, camisa blanca y pajarita. Ni se me ocurre comprar aquí mi pescado, aunque fuera más barato. Que no es así, que sale casi por el doble.
Tal vez celebra que esta tarde de sábado no tiene que cenar a las seis para acostarse en seguida y levantarse a las dos y media o a las tres de la madrugada para ir al Merca. Me cuenta que a esa hora se da un largo paseo para echar un vistazo detenido, cuando aún está casi vacío, mientras los asentadores aún andan terminando de exponer sus cajas de pescado. Como decía aquel anuncio más o menos, mira, compara y compra lo que su clientela le va a pedir, al mejor precio.
La pescadería está en una calle céntrica, relativamente silenciosa, y él espera a que sean sobre las nueve de la mañana para, a cada rato, asomarse a la puerta y hacer sus recitados. Se cala una gorra blanca de marinero que nunca se ha embarcado. Se crió en un mercado municipal de muchos puestos, en el que los pescaderos no sólo pregonaban su mercancía sino que se lanzaban pullas unos a otros, dentro de la amistad y el llevarse bien, para atraer a las Marías, como suelen llamarlas con agrado, a su mostrador de mármol, donde la plata del mar relucía bajo los potentes focos. De vez en cuando echaban un disimulado rieguito sobre la mercancía que se secaba algo con el calor de la iluminación.
Hoy, en el súper lujosillo donde entro algunas veces, ese riego es un pulverizado automático que cada equis minutos cae sobre el material expuesto. Ningún empleado grita y usan un gorro impecable, chaquetilla de listas, camisa blanca y pajarita. Ni se me ocurre comprar aquí mi pescado, aunque fuera más barato. Que no es así, que sale casi por el doble.
viernes, 25 de enero de 2008
Infancia
Casi todas las mañanas paso por la puerta. Las siete y media, las ocho menos veinte y se detiene un coche y en brazos, en su carrito, o medio dormido de la mano entra un bebé todavía. Mientras la cuidadora lo recibe, un beso apresurado, una despedida con cierta tristeza, tal vez un amago de llanto y el coche que sale con prisas.
El edificio es feo, un paralelepípedo en horizontal, con esa arquitectura que daña a los ojos. El rótulo pone ‘Guardería Municipal’. En los periódicos suelen aparecer como Escuelas Infantiles de 0 a 3 años. Qué hermoso aquel nombre antiguo de Jardín de Infancia. En el patio, esta guardería tiene unas altas jardineras, para que no las alcancen los ‘usuarios’ y por la cerca de alambre se desparraman unas bignonias que le dan un poco de alegría. Luego por los pasillos entrevistos sí que hay dibujos alegres, con personajes de cuentos, con flores, mariposas y soles y arcoiris sonrientes que seguramente le quitan el aspecto de cárcel por horas que tiene desde fuera.
Otras veces paso a media mañana y me quedo un poco embobado porque sí tienen aire feliz la mayoría. Alguno más pacífico está en el columpio que acompaña su corto vaivén con un rian-rian, pero suavecito. No hace falta que le pongan grasa. Otros arrastran juguetes de plástico de mil colores. Coches, motos, triciclos, correpasillos. Algún extrovertido está pendiente de quien pasa y dice adiós con la mano o incluso pregunta ‘¿cómo te llamas?’, si me paro. Cuando le pregunto su nombre baja la cabeza y dice bajito, Cristian.
También he oído el comentario de alguna madre –a los viejos, aunque tenemos mal oído, nos gusta cotillear un poco- que le dice a otra que su salario se le va casi todo en pagar a la muchacha, en tener que vestir cada día arregladita, en cosmética, en la letra del coche, en gasolina... ‘pero hija, yo me moriría si tuviera que estar todo el día en casa’. Cada uno es cada uno y media docena, seis, que decía el filósofo. La mujer ha recorrido un camino duro en su emancipación y tal vez el trabajo fuera de casa, por obtener beneficio de unos estudios, por reafianzar su autoestima, por lo que sea, es encomiable. Pero también lo es dedicar, al menos unos años, a cuidar a su/s hijos/s, a llevar responsablemente un hogar, a aprovechar unos años que, ay, no volverán. Para gustos, están los colores.
El edificio es feo, un paralelepípedo en horizontal, con esa arquitectura que daña a los ojos. El rótulo pone ‘Guardería Municipal’. En los periódicos suelen aparecer como Escuelas Infantiles de 0 a 3 años. Qué hermoso aquel nombre antiguo de Jardín de Infancia. En el patio, esta guardería tiene unas altas jardineras, para que no las alcancen los ‘usuarios’ y por la cerca de alambre se desparraman unas bignonias que le dan un poco de alegría. Luego por los pasillos entrevistos sí que hay dibujos alegres, con personajes de cuentos, con flores, mariposas y soles y arcoiris sonrientes que seguramente le quitan el aspecto de cárcel por horas que tiene desde fuera.
Otras veces paso a media mañana y me quedo un poco embobado porque sí tienen aire feliz la mayoría. Alguno más pacífico está en el columpio que acompaña su corto vaivén con un rian-rian, pero suavecito. No hace falta que le pongan grasa. Otros arrastran juguetes de plástico de mil colores. Coches, motos, triciclos, correpasillos. Algún extrovertido está pendiente de quien pasa y dice adiós con la mano o incluso pregunta ‘¿cómo te llamas?’, si me paro. Cuando le pregunto su nombre baja la cabeza y dice bajito, Cristian.
También he oído el comentario de alguna madre –a los viejos, aunque tenemos mal oído, nos gusta cotillear un poco- que le dice a otra que su salario se le va casi todo en pagar a la muchacha, en tener que vestir cada día arregladita, en cosmética, en la letra del coche, en gasolina... ‘pero hija, yo me moriría si tuviera que estar todo el día en casa’. Cada uno es cada uno y media docena, seis, que decía el filósofo. La mujer ha recorrido un camino duro en su emancipación y tal vez el trabajo fuera de casa, por obtener beneficio de unos estudios, por reafianzar su autoestima, por lo que sea, es encomiable. Pero también lo es dedicar, al menos unos años, a cuidar a su/s hijos/s, a llevar responsablemente un hogar, a aprovechar unos años que, ay, no volverán. Para gustos, están los colores.
jueves, 24 de enero de 2008
Manos
Tendría entonces dieciseis o diecisiete años. No quiso estudiar por lo que sus padres lo retiraron en seguida de la calle y empezó a trabajar en el negocio familiar. Una carnicería –que también es un oficio que requiere ser aprendiz durante un tiempo- y la charcutería que llevaba la madre. Así el padre, con muchísimos años de trabajo ya a cuestas, desde niño, se podía permitir ir a media mañana al bar y tomarse un café sin prisas. Estaba cerca de mí cuando se oyeron unos gritos y lamentos terribles. Él los identificó y salió corriendo, demudado el rostro. Lo seguí por si podía prestar ayuda.
Y tanto. El chaval tenía el brazo derecho embutido en la máquina picadora de carne y madre e hijo lanzaban desgarradores y semejantes gritos de dolor. El aparato eléctrico había triturado la mano y la muñeca y solo se había rendido al llegar a los más robustos huesos, cúbito y radio. No fue fácil separar al muchacho de aquella fiera mecánica. Le apliqué un apretado torniquete porque de las arterias salía la sangre con la fuerza de un grifo, mientras el padre ponía el coche a la puerta. Afortunadamente el hospital caía cerca. Me quedé intentando ayudar a una madre sin consuelo.
Luego más tarde lo veía siempre, a pesar del tórrido verano, con camisas de mangas largas y un imperdible recogiendo el puño vacío. Tardó aún bastantes meses en asomar por aquellas camisas una conseguida reproducción artificial de una mano humana, inmóvil, que le servía para sostener algo contra su pecho, mientras aprendía a manejar su mano izquierda, tan torpe hasta entonces.
Hace unos días, Carlota ha salido en todos los medios con su mano biónica. Le permite usar el ordenador, jugar al tenis, sujetar un vaso de plástico sin que resulte aplastado.
Perdí el contacto con el barrio del carnicero hace más de veinte años. Supongo que el chaval de entonces que debe ser casi cuarentón, habrá desarrollado un oficio distinto del que le mutiló y veo difícil que se vaya a ilusionar con tener una mano como la de Carlota. Pero no me lo he podido quitar de la cabeza en todos estos días. Sólo le deseo que haya superado las secuelas de aquel accidente que le hacía caminar con la cabeza hundida entre los hombros y borró tanto tiempo la sonrisa de su rostro de muchacho en la edad de la risa.
martes, 22 de enero de 2008
Chamariz
El viejo limonero de la casa donde nací, recibía de tarde en tarde la visita de una pequeña avecilla de color verdeamarillento, tan pequeña como el canario que nos despertaba cada mañana pero con aire más parecido al gorrión y más pequeño que éste. Nunca oí ni su trino ni su piar. Con una timidez de quien se siente en corral ajeno, se limitaba a dar unos saltos de rama en rama, supongo que para cazar algún insecto que anduviera por allí y luego, silenciosa y veloz desaparecía, tardando mucho en repetir su visita. Le llamábamos ‘el pajarito del agua’, porque, cierto o no, algunas veces coincidía su paso por allí con la próxima llegada de alguna lluvia. Ninguno de los que le aplicábamos ese nombre teníamos ni la más remota idea de ornitología.
Luego los años le enseñan a uno cosas que nunca sospechó que iba a aprender. Así, en un momento que soy incapaz de recordar, alguien me dijo ante algunos ejemplares iguales o muy parecidos que se trataba del chamariz. Para ser más exacto me habló de ‘los chamarines’. Yo ya conocía unos delicados versos de Juan Ramón que no me resisto a exponer aquí: “El chamariz, en el chopo./ El chopo en el cielo azul./ El cielo azul en el agua./ El agua en la hojita nueva./ La hojita nueva en la rosa./ La rosa en mi corazón./ Mi corazón en el tuyo.” Mis pequeños alumnos, pues he dedicado bastantes años de mi vida laboral a enseñar a leer y escribir, siempre los aprendieron. Era tan fácil encadenar un verso con el siguiente...
Pero yo tenía entendido que eran pajarillos del campo. De hecho hoy, que es delito cazarlos, siempre salen nombrados cuando algún furtivo disminuye con redes prohibidas o cepos la población de insectívoros cada vez más mermada, junto a los petirrojos, los jilgueros y otros. Sin embargo como los mirlos o las lavanderas –que en Cartaya llaman pipitas y en mi pueblo pipiticas- ya no es difícil encontrarlos como pájaros urbanitas, sobre todo en zona de parques y arboledas, dado que hay grandes extensiones que antes les pertenecían y ahora están poseídas por el mal del cemento, del asfalto o de la contaminación feroz.
Luego los años le enseñan a uno cosas que nunca sospechó que iba a aprender. Así, en un momento que soy incapaz de recordar, alguien me dijo ante algunos ejemplares iguales o muy parecidos que se trataba del chamariz. Para ser más exacto me habló de ‘los chamarines’. Yo ya conocía unos delicados versos de Juan Ramón que no me resisto a exponer aquí: “El chamariz, en el chopo./ El chopo en el cielo azul./ El cielo azul en el agua./ El agua en la hojita nueva./ La hojita nueva en la rosa./ La rosa en mi corazón./ Mi corazón en el tuyo.” Mis pequeños alumnos, pues he dedicado bastantes años de mi vida laboral a enseñar a leer y escribir, siempre los aprendieron. Era tan fácil encadenar un verso con el siguiente...
Pero yo tenía entendido que eran pajarillos del campo. De hecho hoy, que es delito cazarlos, siempre salen nombrados cuando algún furtivo disminuye con redes prohibidas o cepos la población de insectívoros cada vez más mermada, junto a los petirrojos, los jilgueros y otros. Sin embargo como los mirlos o las lavanderas –que en Cartaya llaman pipitas y en mi pueblo pipiticas- ya no es difícil encontrarlos como pájaros urbanitas, sobre todo en zona de parques y arboledas, dado que hay grandes extensiones que antes les pertenecían y ahora están poseídas por el mal del cemento, del asfalto o de la contaminación feroz.
domingo, 20 de enero de 2008
Duchenne
Lo veo algunas mañanas. Me cruzo con él o lo adelanto por alguna calle de aceras anchas. Va despacio, apoyado en su andador. Aún lo recuerdo cuando era un niño que ya presentaba los primeros síntomas de su mal. No me hagan demasiado caso pero yo aseguraría que se trata de la enfermedad de Duchenne.
Si es cierto y me parece no equivocarme, ésta –que es la más común y frecuente de ese grupo- consiste en una atrofia progresiva de los músculos. Estos van perdiendo masa y sobre todo, que es lo que más se nota, van causando una pérdida de movilidad del individuo que la padece. Brazos, piernas y lo que es de mayor importancia, los músculos que actúan en la respiración también van disminuyendo en tamaño y actividad. Suele comenzar en edad temprana y por eso digo que lo recuerdo como niño con dificultades para caminar y moverse. Lo que me extraña, por duro que parezca escribirlo, es que viva aún. Se trata de una de esas enfermedades que hacen que uno se rebele contra ciertos razonamientos. Resulta que es hereditaria. La transmite la madre por una alteración genética que ella no padece ni padecerán sus posibles hijas. Pero sí sus hijos varones.
No sé su nombre pero lo saludo siempre que tengo ocasión. Le acompaña una perrilla sin raza definida. Nada de esos casi peluches de pura sangre que valen un dineral, sino uno de esos innumerables cruces de perros más o menos callejeros. Es de pelo corto y debe tener sus años porque sus andares también denotan que ya pasó la edad del juego. El otro día les vi un detalle que me hizo apreciarle aún más. Unos metros delante de él, el animalillo se paró y dejó sus heces en la acera. Con dificultad, él se acercó con su andador, sacó una bolsa de plástico de su bolsillo, se agachó y dejó la acera limpia. No llevaba mi gorra puesta, pero el gesto merecía descubrirse ante él. Me saludó con una sonrisa. Había hecho, según entendía, lo más natural del mundo. Chapeau.
Si es cierto y me parece no equivocarme, ésta –que es la más común y frecuente de ese grupo- consiste en una atrofia progresiva de los músculos. Estos van perdiendo masa y sobre todo, que es lo que más se nota, van causando una pérdida de movilidad del individuo que la padece. Brazos, piernas y lo que es de mayor importancia, los músculos que actúan en la respiración también van disminuyendo en tamaño y actividad. Suele comenzar en edad temprana y por eso digo que lo recuerdo como niño con dificultades para caminar y moverse. Lo que me extraña, por duro que parezca escribirlo, es que viva aún. Se trata de una de esas enfermedades que hacen que uno se rebele contra ciertos razonamientos. Resulta que es hereditaria. La transmite la madre por una alteración genética que ella no padece ni padecerán sus posibles hijas. Pero sí sus hijos varones.
No sé su nombre pero lo saludo siempre que tengo ocasión. Le acompaña una perrilla sin raza definida. Nada de esos casi peluches de pura sangre que valen un dineral, sino uno de esos innumerables cruces de perros más o menos callejeros. Es de pelo corto y debe tener sus años porque sus andares también denotan que ya pasó la edad del juego. El otro día les vi un detalle que me hizo apreciarle aún más. Unos metros delante de él, el animalillo se paró y dejó sus heces en la acera. Con dificultad, él se acercó con su andador, sacó una bolsa de plástico de su bolsillo, se agachó y dejó la acera limpia. No llevaba mi gorra puesta, pero el gesto merecía descubrirse ante él. Me saludó con una sonrisa. Había hecho, según entendía, lo más natural del mundo. Chapeau.
viernes, 18 de enero de 2008
Palabras
Suelo ojear todos los periódicos gratuitos que se ponen a mi alcance, que últimamente han florecido como las setas tras las lluvias del otoño. Disculpen el rentoy, pero la primera vez que tomé contacto con ellos fue, hace un buen puñado de años, a la subida de una estación del metro de Roma, cuando aún no se conocía la moda por estos lares. Fue allí donde me ofrecieron el que lleva su nombre y que hoy presume de repartirse en más de cien ciudades de veintiún países y en dieciocho idiomas.
El que precisamente hoy dedica su portada a un smiley o emoticón, un dibujito para entendernos, amarillo con una sonrisa enorme y proclama que hoy es el día dedicado a la felicidad. En sus páginas se ha hecho un derroche, calculen los millones de ejemplares, de toneladas de tinta amarilla pues todas las páginas traen fondo de ese color.
Cada uno de esos gratuitos tendrá su estrategia comercial, su rendimiento o padrinazgo, su distribución y su beneficio, material o de otro tipo, allá cada cual. Pero lo que me resulta chocante es que se negocie con ese término tan ambiguo pero sonoro al que se califica de felicidad. ¿Significa que durante todo el día –no digamos todos los días- hemos de ir con sonrisa orejera porque hemos decidido ser felices?
Algo parecido pienso con esos comunicadores de masas que despiden sus magazines, sus informativos, sus tertulias o cualquier otro programa con un latiguillo que se va haciendo odioso: “Háganme el favor de ser muy, muy felices”. O sea que si usted está en un atasco, ve que llega tarde a su destino, que por la radio del buga le están anunciando una nueva subida de algo que le afecta, tiene que esforzarse además en ser feliz con todo ello. Si el hijo trae malas notas, si el padre ha maltratado de palabra o de hecho a su esposa, hay el deber de ignorarlo porque es el momento de ser feliz. Si su empresa le debe dos nóminas y anuncia un recorte de plantilla, si ve que le puede tocar la lotería nefasta del desempleo, eso es una bagatela y hay que decidirse a seguir siendo feliz.
No sigo. Pero me parece un timo al prójimo manosear esas palabras que siempre suenan bien: tolerancia, solidaridad, diálogo, paz, felicidad, comprensión y otras muchas más. Al menos la felicidad, todos sabemos que es casi siempre ser conscientes por unos momentos de que la salud no nos falla demasiado, de que la botella de vino que hemos abierto merece la pena, de que estamos disfrutando de un agradable rato de charla amistosa o que la puesta de sol que hoy nos ha regalado la madre naturaleza es hermosa. Pero poco más.
El que precisamente hoy dedica su portada a un smiley o emoticón, un dibujito para entendernos, amarillo con una sonrisa enorme y proclama que hoy es el día dedicado a la felicidad. En sus páginas se ha hecho un derroche, calculen los millones de ejemplares, de toneladas de tinta amarilla pues todas las páginas traen fondo de ese color.
Cada uno de esos gratuitos tendrá su estrategia comercial, su rendimiento o padrinazgo, su distribución y su beneficio, material o de otro tipo, allá cada cual. Pero lo que me resulta chocante es que se negocie con ese término tan ambiguo pero sonoro al que se califica de felicidad. ¿Significa que durante todo el día –no digamos todos los días- hemos de ir con sonrisa orejera porque hemos decidido ser felices?
Algo parecido pienso con esos comunicadores de masas que despiden sus magazines, sus informativos, sus tertulias o cualquier otro programa con un latiguillo que se va haciendo odioso: “Háganme el favor de ser muy, muy felices”. O sea que si usted está en un atasco, ve que llega tarde a su destino, que por la radio del buga le están anunciando una nueva subida de algo que le afecta, tiene que esforzarse además en ser feliz con todo ello. Si el hijo trae malas notas, si el padre ha maltratado de palabra o de hecho a su esposa, hay el deber de ignorarlo porque es el momento de ser feliz. Si su empresa le debe dos nóminas y anuncia un recorte de plantilla, si ve que le puede tocar la lotería nefasta del desempleo, eso es una bagatela y hay que decidirse a seguir siendo feliz.
No sigo. Pero me parece un timo al prójimo manosear esas palabras que siempre suenan bien: tolerancia, solidaridad, diálogo, paz, felicidad, comprensión y otras muchas más. Al menos la felicidad, todos sabemos que es casi siempre ser conscientes por unos momentos de que la salud no nos falla demasiado, de que la botella de vino que hemos abierto merece la pena, de que estamos disfrutando de un agradable rato de charla amistosa o que la puesta de sol que hoy nos ha regalado la madre naturaleza es hermosa. Pero poco más.
jueves, 17 de enero de 2008
Amanecer
Tiene un encanto especial llegar a la ciudad desconocida al poco de anochecer. Solucionado lo más brevemente posible el trámite del alojamiento, es preciso echarse cuanto antes a la calle que nos espera.
En esa hora especial en que los comercios iluminados empiezan a bajar sus persianas. Tras una jornada que nunca sabremos si se ha dado bien o mal, gente joven, por lo general mujeres, van a abandonar alegremente el lugar donde han transcurrido las largas horas de ese día laboral que por fin ha concluido. No es raro que de una puerta a otra se crucen comentarios, alguna risa o se agrupen dos o tres con esa alegría despreocupada que proporcionan los pocos años. El día ha podido ser duro pero les quedan por delante unos momentos en que reunirse alrededor de la mesa de un bar o detenerse en corros de unos cuantos e intercambiarse anécdotas, quejas o proyectos.
Si es una ciudad antigua, sus monumentos ya relucen con los focos que resaltan sus relieves. Es la hora de detenerse ante la portada de una iglesia, de admirar la ladrillería de una fachada, el contenido empaque de una casa señorial que muy probablemente se ha convertido en banco y que con sus halógenos destaca la filigrana de unos balcones de bellos hierros o las molduras que se hicieron con tiempo y mimo hace ya décadas.
Luego poco a poco se van vaciando las calles y la ciudad adquiere como un tinte de recogimiento. Cruzan las últimas figuras que caminan con prisa, se aprecia todavía en algunos bares el bullicio que comenzó hace poco en la calle y la casi soledad invita al paseo más reposado que permite descubrir nuevos detalles que antes pasaron inadvertidos mientras lucen gloriosos los escaparates.
En esa visita fugaz, tal vez solo de paso, queda un momento que para mí es revelador. Al madrugar hay que saber orientarse hasta encontrar ese bar mañanero que abre mucho antes del alba. Casi siempre es fácil percibir un conjunto de voces moderadas, un olor a café que inunda un cruce de calles o una plazuela, unas luces que han empezado a brillar y que anoche se apagaron pronto.
Es variopinta la fauna humana que allí se acoge. Desde el guarda de seguridad que con ojos soñolientos toma algo caliente y con sustancia que le reconforte antes del merecido descanso, hasta el trabajador que un buen rato antes del camino al tajo saborea su café y su casi inevitable cigarrito sin prisas. No falta el abuelete o la señora mayor que se acostó con las gallinas y que abandona el lecho por el cansancio que le produce el haber dormido lo suficiente y permanecer algún rato después en la cama, tal vez pensando, como decía un viejo amigo, que cada amanecer que disfrutan es uno menos en la mermada cuenta que les queda en la libreta de ahorros de su vida.
En esa hora especial en que los comercios iluminados empiezan a bajar sus persianas. Tras una jornada que nunca sabremos si se ha dado bien o mal, gente joven, por lo general mujeres, van a abandonar alegremente el lugar donde han transcurrido las largas horas de ese día laboral que por fin ha concluido. No es raro que de una puerta a otra se crucen comentarios, alguna risa o se agrupen dos o tres con esa alegría despreocupada que proporcionan los pocos años. El día ha podido ser duro pero les quedan por delante unos momentos en que reunirse alrededor de la mesa de un bar o detenerse en corros de unos cuantos e intercambiarse anécdotas, quejas o proyectos.
Si es una ciudad antigua, sus monumentos ya relucen con los focos que resaltan sus relieves. Es la hora de detenerse ante la portada de una iglesia, de admirar la ladrillería de una fachada, el contenido empaque de una casa señorial que muy probablemente se ha convertido en banco y que con sus halógenos destaca la filigrana de unos balcones de bellos hierros o las molduras que se hicieron con tiempo y mimo hace ya décadas.
Luego poco a poco se van vaciando las calles y la ciudad adquiere como un tinte de recogimiento. Cruzan las últimas figuras que caminan con prisa, se aprecia todavía en algunos bares el bullicio que comenzó hace poco en la calle y la casi soledad invita al paseo más reposado que permite descubrir nuevos detalles que antes pasaron inadvertidos mientras lucen gloriosos los escaparates.
En esa visita fugaz, tal vez solo de paso, queda un momento que para mí es revelador. Al madrugar hay que saber orientarse hasta encontrar ese bar mañanero que abre mucho antes del alba. Casi siempre es fácil percibir un conjunto de voces moderadas, un olor a café que inunda un cruce de calles o una plazuela, unas luces que han empezado a brillar y que anoche se apagaron pronto.
Es variopinta la fauna humana que allí se acoge. Desde el guarda de seguridad que con ojos soñolientos toma algo caliente y con sustancia que le reconforte antes del merecido descanso, hasta el trabajador que un buen rato antes del camino al tajo saborea su café y su casi inevitable cigarrito sin prisas. No falta el abuelete o la señora mayor que se acostó con las gallinas y que abandona el lecho por el cansancio que le produce el haber dormido lo suficiente y permanecer algún rato después en la cama, tal vez pensando, como decía un viejo amigo, que cada amanecer que disfrutan es uno menos en la mermada cuenta que les queda en la libreta de ahorros de su vida.
miércoles, 16 de enero de 2008
Bienvenidos
Hace solo unos días que me acompañais en este ensayo. Aún estamos en el número cero y sois muy pocos los que conoceis esta aventura.
Me he mudado de domicilio. Me encuentro más libre que dependiendo de una cabecera de periódico por muy gratuito y popular que sea. Aún así, ya he expresado mi agradecimiento a Qué!
Espero una próxima visita vuestra.
Con mi mejores saludos. PEDRO
Me he mudado de domicilio. Me encuentro más libre que dependiendo de una cabecera de periódico por muy gratuito y popular que sea. Aún así, ya he expresado mi agradecimiento a Qué!
Espero una próxima visita vuestra.
Con mi mejores saludos. PEDRO
Suscribirse a:
Entradas (Atom)