martes, 1 de julio de 2008

Ministras

A veces pasan por esta mi esquina personajes con los que nunca tuve el más mínimo contacto personal, o ni siquiera conozco más que por los medios de comunicación. Se trata pues, de un conocimiento indirecto y las referencias que pueda tener de ellos viene mediatizada por una información escrita, por unas opiniones no contrastadas lo suficiente –soy un poco como Santo Tomás, que para creerse la llaga del costado, hubo de meter en ella los dedos- y me siento un poco en la cuerda floja si me pongo a escribir sobre ellos. Pero, como en la cuerda floja, hay que arriesgarse.

Tras este inciso, les presento al personaje que hoy me ocupa. Se trata de un anciano de 84 años, bien vestido, porte recio, serio, con gafas profesorales. Aparentemente, venerable. Si digo que es negro, espero que nadie lo interprete como racismo, sino como el hecho visible más notable. Desde hace unos días acapara en las secciones de Internacional de la prensa el papel de diablo negro. Tirano, autócrata, genocida, dictador son piropos que le han otorgado de continuo los periódicos que he ojeado.

Como desde que estudié geografía universal han pasado cincuenta años, tengo que ponerme delante un mapa actual de África casi siempre que quiero localizar un país, que no sea del área mediterránea o muy conocido. Cuando en algún momento me informo que Zimbawue forma parte de la antigua Rhodesia, ya me cuesta menos orientarme. Sabía por ejemplo que Cecil Rhodes fue el constructor de la línea ferroviaria entre Ciudad del Cabo y El Cairo y que en su honor, esa colonia inglesa recibió su nombre. Hoy aprendo que luego se dividió en dos estados: Zambia y Zimbawue.

¿Y quién es este abuelo maldecido, que acaba de ganar unas elecciones, rechazadas por la mayoría de las naciones? Pues un maestro de escuela que ya en 1964 fue encarcelado por su afán independentista contra el colonialismo inglés. No fue hasta 1979 cuando la mayoría negra consigue votar por primera vez en unas elecciones y elige presidente ¡a un obispo!. No es oficialmente reconocida como República hasta un año después y en unas nuevas elecciones gana el partido ZANU, cuya sigla inglesa –el idioma oficial- traducimos como Unión Nacional Africana de Zimbabwe, cuyo líder es … adivínenlo: Robert Mugabe, quien desde entonces gobierna (es una forma de decirlo).

Curiosamente en los primeros años, influido por la corriente prosoviética que intenta recalar en la nueva África surgente, obtuvo fama internacional por ser un icono de muchos grupos conservacionistas, orgullo que solo duró hasta finales de los noventa, al seguir el modelo de la carnicería desenfrenada de las antiguas tiranías africanas de los setenta. Pero antes fueron creadas 3.200 escuelas de primaria-secundaria, una red nacional de seguridad alimentaria, un hecho insólito en un continente con hambrunas, sequías, matanzas interétnicas y el surgimiento sin freno del devastador SIDA. El gobierno de mayoría negra obtuvo progresos iniciales impresionantes en el desarrollo humano con áreas de conservación de la vida silvestre o el hecho de que Mugabe nombró a varias mujeres en diferentes cargos ministeriales. Zimbabwe fue la excepción para la integración racial liderada por el presidente Mugabe, quien por estos esfuerzos recibió en 1981 el Premio Derechos Humanos Internacional de la Universidad Howard de Washington.

Pero de hecho, se trataba de una dictadura disfrazada bajo el manto del multipartidismo. Pero con ese partido político ZANU, liderado por Mugabe, la Zimbabwe pluralista fue desapareciendo para dar paso a uno de los proyectos autocráticos más brutales del Tercer Mundo de los noventa. Gran admirador de la Revolución Cubana, Mugabe se obsesionó por el poder gubernamental hasta el punto que buscó los ingredientes básicos para no ser apartado de él: fraude electoral, persecución a la oposición y políticas de división racial. Mientras sus colegas marxistas de Etiopía, Benin, Zambia o Tanzania finalizaban sus períodos totalitarios, Mugabe poco a poco se transformó en el peor tirano del África del siglo XXI. Ahora Zimbabwe se ha convertido en el imperio de la muerte y la extrema pobreza, un título que ha borrado viejos recuerdos. Hoy el país, famoso por las cataratas Victoria, se hunde por efecto de dos males: la tiranía corrupta y la epidemia del SIDA.

(Con información recogida en Amnistía Internacional y en el
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y la Economía).

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