jueves, 4 de junio de 2009

Trillizas

Sus risas me llegan mezcladas con los gorjeos de los pájaros que viven en todos estos patios tan cercanos. Hay adelfas en algún rincón, un ciprés que le impone algo de espiritualidad a la naturaleza desbordada de la primavera, una jacaranda lejana que pone una pincelada azul en el cielo y por encima de las tapias se alza una esbelta palmera que sacude su cabellera verdioro los días de viento.

En la pared de enfrente hay unos nidos de golondrina y a los gurripatos no los veo pero los siento en su incesante piar cuando les llega la hora del desayuno, almuerzo, merienda o cena, que como no tienen reloj, empalman una con otra. Es al atardecer cuando en un incesante ir y venir, dibujando acrobacias imposibles, sus padres se afanan en acallarlos con algo que llevan en el pico. Luego se va diluyendo esa melodía y siempre supongo que el padre les va contando un cuento de jazmines o es la madre quien les susurra muy bajito una nana.

Pero nuestras protagonistas de hoy son tres. Llegó la primera en avanzadilla y es una morena de cuatro años, mes arriba o mes abajo, a la que encuentro algunas veces acariciando a su perro –santojob de mil paciencias- o más bien retorciéndole suave una oreja o rascándole las lanas. No contesta a mi saludo porque la buena educación de hoy incluye no hablar con extraños, pero me mira serena desde el profundo mar de sus dos ojos verdes. Las dos siguientes se asomaron a la vida el mismo día. No creo que la primogénita hubiera cumplido el año o tenía tal vez la vela recién apagada. Son distintas como dos perlas de uno y otro color. Una es más rubia, inquieta como una mariposa y se encarga de tomar la iniciativa en mil juegos e inventos. La otra, con el pelo más castaño, tierna y suave como una flor de magnolia, la sigue en todo modificando sin forzar la ruta que a ella le parece más conveniente.

Debe haber una piscina en su patio que no veo, porque a primera tarde, cuando ya han vuelto de sus obligaciones escolares, las siento chapotear, reír, gritar y pelearse, cumpliendo la ley no escrita del juego de todos los seres vivos que descubren las primeras alegrías en la bendita ignorancia de que más adelante de todas las primaveras llegará un castigo en forma de sol inmisericorde y más tarde la dulzura deslizante del otoño que preconiza la sombría amenaza del invierno.

Cuando crece alguna nube más oscura entre mis pensamientos procuro revivir esos instantes en que las jovencísimas golondrinas se adormecen con la nana inaudible o en que mis simpáticas trillizas –libertad que me permito en llamarlas así aunque no coincidan del todo sus edades- alborotan con sus gritos el cristal del mediodía.