viernes, 26 de octubre de 2012

(Este articulillo fue publicado en la revista CORUMBEL de La Palma del Condado, hace unos pocos meses, en la serie dedicada al quincuagésimo aniversario de la llegada de los Salesianos a dicha ciudad. Vale.)



                              ¿QUÉ FUE DE “EL CHANCELLOR”?

Hace ahora cincuenta años de aquello. Rectifico, hace cincuenta años en el momento de escribirlo, pero al llegar a sus manos, lector, serán más de cincuenta y uno. Imaginen una escena prácticamente irreproducible hoy día. Más de cien muchachos, entre los doce y los diecisiete años, entran ordenadamente en filas y en absoluto silencio en un enorme salón comedor. En silencio y con el menor ruido posible, se sientan al permitirlo una sola persona encargada y sobre una pequeña tarima, un lector en voz alta va leyendo algo que consigue estimular la atención de todos.

En voz alta y clara, matizada con un indisimulado tono de intriga, proclama: ¡“El Chancellor”! Tras una breve pausa comienza la lectura en el punto que concluyó la ocasión anterior. A veces, es preciso releer uno o dos renglones, pues a golpe de campanilla, el lector cortó inmediatamente el proceso durante alguno de los puntos más álgidos de la intriga. El Chancellor es uno más de los relatos de aventuras de Julio Verne, el autor francés que en su momento cautivó a millones de jóvenes europeos, muchas veces con relatos de viajes fantásticos, alguno de ellos no exentos de una cierta visión profética. Un barco de vela, un incendio en él, la necesidad de encallar en una isla desierta para a continuación con los restos aprovechables del gran barco, construir una barca o balsa en la que se arraciman, hambrientos y sedientos los supervivientes del desastre. Y ahí cabe toda clase de noblezas, villanías, traiciones y aventuras, manejadas con la sutileza necesaria para conseguir un in crescendo que parece acercarse a una hecatombe final, hasta que en un momento dado, alguien a bordo de la balsa descubre que el agua de mar es dulce: no están sino en el inmenso Amazonas, con lo que la aventura puede encauzarse hacia un final menos desgraciado.

Pero no quiero centrar el foco de este relato en el argumento de una de tantas novelas del francés, sino en el lector que durante días y días era elegido para con voz potente y un cierto grado de dramatismo iba leyendo el texto de la aventura. Como el resto de sus compañeros aspira a entrar en una sociedad religiosa. Debe tener diecisiete o dieciocho años, no es muy alto, de envergadura normal y en su rostro destaca una especie de fruncimiento de cejas que denota el entusiasmo con el que vibra y hace vibrar a sus oyentes. Su dicción es casi perfecta y vocaliza cada una de las expresiones, de manera que los oyentes quedan prendidos de la trama. Tiene vocación sacerdotal y algo más. Como buen extremeño, no carece de un cierto espíritu aventurero y ha manifestado en más de una ocasión su deseo de marchar a las misiones en países atrasados. Le ponen una barrera casi insalvable: es el segundo hijo de una viuda y ya su hermano mayor es misionero.

Un año después entra en el Noviciado de la Congregación, cursa a continuación tres años de Filosofía y es destinado en prácticas como clérigo docente a La Palma del Condado. El colegio salesiano palmerino es entonces en parte, Aspirantado o seminario menor. A él pues, van destinados los profesores entusiastas que pueden estimular las vocaciones. Han destacado por su preparación, por su entrega, por su ejemplaridad. Los llamados aspirantes cumplen un régimen especial de internado, por lo que disfrutan de unas cortas vacaciones de verano y parte de este lo pasan en el propio colegio, dedicados a actividades más relajadas, aunque sin faltar algo de estudio y desde luego, una disciplina que los motiva y educa para metas más difíciles.

Para mitigar en algo este régimen desde luego severo y poco comprensible en nuestros días, a estos muchachos se les programan unos días especiales de asueto que rompan con la relativa monotonía de las cuatro paredes en las que viven. Como uno de los hitos más deseados está el disfrutar de un día de playa pues el Atlántico es vecino próximo de la campiña huelvana. Viaje con canciones, normas de comportamiento tanto en la playa como en el baño refrescante, sobre todo en lo concerniente a internarse en el agua. Pero a pesar de todo, la marea y las corrientes de las distintas profundidades, la conocida resaca, tira de uno o dos chavales hasta el sitio donde no dan pie y gritan asustados, pidiendo ayuda.

Nuestro clérigo, aquel muchacho que quiso ser misionero y disfrutaba y hacía disfrutar con la lectura del Chancellor, no lo duda. Se lanza al agua y consigue rescatar a los muchachos en peligro. Pero es su vida ahora la que está en juego y pierde esa baza, la más importante, pereciendo ahogado. Siempre que visitaba el viejo cementerio de la Soledad, me quedaba unos minutos ante el nicho con su fotografía. Se llamaba Jesús Amarilla Solís. Un héroe. Para mí, un héroe del que La Palma puede sentirse orgullosa.