jueves, 5 de febrero de 2009

Ángel rubio

Su pequeña melena brillaba como una alianza matrimonial recién estrenada. Vestía un gracioso chándal de ese color rosa casi blanco que las hace como etéreas, casi celestiales. Observaba, que no participaba, en el juego pacífico de varias compañeras. Poco más allá un grupo de varones imitaba con sus posturas de violencia, de falsa violencia, los juegos, ataques y defensas que ven a menudo en sus pequeñas pantallas de videojuegos.

Levantó la cabeza y me vio. Yo estaba discretamente alejado de la valla protectora contemplando a la pequeña tropa que aprovechaba ese recreo para tomar contacto con la naturaleza, con la arena del suelo, con los troncos de los árboles como reposaespaldas, con las ramitas caídas para dibujar siluetas en el suelo, con las hojas muertas para confeccionar sus inocentes menús o simular una cerca, tal vez una pequeña habitación donde poner a dormir a sus muñecos.

Ella levantó la cabeza y me vio. Lentamente, sin el menor temor, a pesar de mi barba y mi gorra, se acercó a donde yo estaba. Pude mirarla de cerca. Era una dulce muñeca de tres, cuatro años a lo sumo, menuda, con la melena ya dicha, con unos ojos claros cuyo color no acierto a definir, con una cara graciosa velada por una expresión algo triste. Me hizo en voz baja una pregunta que mi oído algo torpe no alcanzó a descifrar. '¿Qué me has dicho, bonita?', le pregunté. En un lenguaje que seguía sin ser muy definido, tal vez por su timidez o por pronunciar algunas palabras con dificultad, entendí algo así como que 'cuándo vienen los padres con el coche para ir a casa'. No me fue difícil convencerla que todavía faltaba un ratito, que ahora estaban en el recreo para tomar la merendilla y jugar y que luego entrarían otro rato en clase para hacer un trabajo muy bonito.

Se me quedó mirando con un candor que no obstante encerraba el convencimiento de que yo pertenecía al otro bando, al de las personas mayores y que no solucionaba su diminuto problema de que se aburría un poco, que no le apetecía -al menos esa mañana- continuar en el colegio, que prefería volver al claustro protector, uterino, casi amniótico de su propia casa. Me hice cargo de su pequeño problema y me dio pena no tener la solución en mi mano. Pero es que la vida le estaba enseñando en ese momento que muchas veces hay que estar donde la sociedad impone, que no siempre se puede elegir, que las circunstancias casi siempre prevalecen sobre el propio deseo.

No recuerdo exactamente qué palabras le dirigí para intentar animarla. La invité a unirse al grupo de sus compañeras. Me miró de nuevo algo decepcionada y dándose media vuelta, lentamente se alejó de la valla pero sin decidirse del todo a seguir mi pobre consejo. Cuando menos lo esperaba, se volvió y con su mano de pequeño ángel me lanzó un leve, dulcísimo beso que me llegó como el vuelo de una mariposa blanca.

4 comentarios:

Marinel dijo...

Leyendo esto, me viene a la memoria cuánto añoraba yo volver a casa con mi madre en los ratos de recreo en el que me aburría soberanamente...Una vez,hasta me robaron el bocadillo de mis propias manos en las que reposaba al no poder comérmelo...(era muy teclosa con la comida)
Después con los años,cuando mi niña en algún momento me dice lo mucho que me echa de menos,(aunque ella es muy social y tiene montones de amig@s)se me hace un nudo en la garganta...no puedo evitarlo...
Pero sí, la sociedad impone unas normas y es sumamente importante que aprendan cuanto más mejor.
Y mira que duele dejarlos...si ell@s lo supieran bien....
Pedro, me ha encnatado leer esto.Me encanta cómo lo escribes con los sentimientos a flor de piel.
"Gracias"
Muchos besos.

Anónimo dijo...

¿Por qué los ángeles son siempre rubios? Hace poco, en la celebración del Día de la Paz en el cole de mi hijo, una niña leyó un cuento sobre dos reinos que guerreaban. El causante de todos los males era el rey del reino "tal" lo describía como un hombre de baja estatura con la piel oscura, como cáscara de almendra. El rey bueno era alto, de tez blanca como la nieve y ojos azueles. Estaba el cuento muy bien escrito para una niña de tan poca edad, pero no dejó de llamarme la atención como la niña identificaba el bien con el rey rubio y el mal con el de piel oscura.
Espero amigo que si algún día te encuentras con un ángel negro también nos lo cuentes, seguro que también los hay.

Pedro GPinto (Pedro Giraldo) dijo...

Te debo una, Cinta, mi buena amiga. Da la casualidad de que sin proponèrmelo he caído en uno de los tópicos más burdos. Pero piensa que no tuve la culpa de que la que se acercara a mí en su desvalimiento fuera esa chiquilla de la melenita dorada y los ojos claros.

El cuento que nombras no hace sino caer en la tradicional xenofobia de los países nórdicos, origen de muchos de los cuentos infantiles.

DE ahora en adelante iré pendiente de los ángeles negros para traer a estas páginas -mitad realidad, mitad literatura- algo que merezca la pena sobre unos ojos de azabache y un pelo negro, con rizos o sin.

Un beso.

Anónimo dijo...

Gracias querido amigo, se que lo harás.
Dos besos.