martes, 17 de febrero de 2009

Desconfianza

Caminaba un tanto descompuesta por una avenida bastante solitaria de una zona recientemente añadida a la gran ciudad. Yo tenía en mente una cuadrícula elemental de la que solo conocía el nombre de sus tres grandes avenidas y la intersección donde se encontraba la calle que era mi destino.

Se acercó a mí con la mirada un tanto huidiza: 'Por favor, señor, ¿puede indicarme donde está la calle Tal?'. Me lo dijo con un tono entre educado y precavido. En la mano llevaba unos papeles, blanco y dos copias, amarilla y rosa, que el viento ya había arrugado. Su piel era oscura y verdosa -tal vez la raza aceitunada que se estudiaba hace cincuenta años en las enciclopedias escolares- y sus ojos, su expresión toda, reflejaban la angustia de lo desconocido en un país nuevo, recién estrenado para ella y tan distinto al suyo. Vestía una ropa barata y ya desgastada que denotaba un 'fondo de armario' inexistente. Tal vez era la misma utilizada en su largo viaje desde el país de origen, seguro que cualquiera de Hispanoamérica.

'Lo siento -respondí- pero conozco poco esta parte de la ciudad. Pero espera -añadí- porque ese edificio de enfrente es de oficinas y si nos acercamos, habrá alguien que nos pueda ayudar'.

Creí que mi tono y mi disposición eran los suficientemente tranquilizadores para que confiara en que realmente yo pretendía ayudarla. De hecho así lo creí aunque continuó caminando deprisa unos pasos por delante de mí. 'Espera -repetí- que pregunte ese nombre', y llegué hasta la puerta del edificio. Un vigilante de seguridad me aclaró en poco tiempo la dirección que buscaba la muchacha, pues toda aquella extensión cuadriculada de bloques enormes eran solo ocho o diez nombres fáciles de recordar.

Salí a la calle y no ví a la joven muchacha a la que suponía esperando mi respuesta. Al mirar para un lado y otro la distinguí ya lejos, casi corriendo con sus papeles en la mano. 'Espera, espera, que ya lo sé' -le grité en tono moderado, intentando en vano sacarla de su apuro.

¿Qué pudo pasar por aquella cabeza en esos breves minutos? ¿Qué peligro inexistente imaginó en mi actitud? ¿Qué malos tragos había sufrido para generar aquella desconfianza? Sólo pude seguirla con la mirada hasta que se desapareció en pocos momentos de mi vista. Seguí preguntándome por el mundo que estamos construyendo, amasado con el hormigón del egoísmo, el engaño y los abusos y sentí pena.

2 comentarios:

Marinel dijo...

Pedro, ese es el mundo que vamos moldeando a golpes de desaires,de crueldades e ignominias...
Y la mente abotargada de tanta desazón, no repara en un pasado en el que muchos de los nuestros sufrieron en sus carnes la pérdida momentánea de estabilidad, del entorno familiar querido, al tener que partir a otros lugares en busca de una vida mejor...
Y probablemente esa mujer haya sufrido esos golpes y la desconfianza lógica se le haya instalado.
No todo el mundo es amable como tú,querido Pedro.
Tan bueno como siempre.
Gracias siempre ;-)(esto es un guiño en plan moderno,aunque imagino que lo sabes,pero yo hasta hace un tiempo...no)
¡Ignorante que es una,oyes!
Besos miles.

CharlyChip dijo...

Pena ver que la desconfianza instalada hasta en un elemental "Buenos dias ¿Por favor sabria decirme donde esta...?"

Altos muros quedan todavía tras el derribo del de Berlín...

A veces parece que los campos minados más temibles están en la distancia que separa a dos almas aunque no sean un obstáculo físico....

Aunque no maten ni despanzurren crean desiertas tierras de nadie entre jardines floridos..., oscuridades entre soles brillantes, lugares donde el vacío campa a sus anchas con silencioso grito de garganta muerta...

Un abrazo