domingo, 8 de febrero de 2009

Recordando

No recuerdo muy bien qué me lo ha traído a la memoria. O tal vez sí lo recuerdo pero no hace al caso. El pueblo no llegaba ni con mucho al millar de habitantes. Había tres bares, que hacían también de tiendas de comestibles y un 'marsén', traducido almacén, donde se vendían productos casi de chamarilería: azadas para el campo, cartuchos de escopeta, zapatillas de goma, calcetines, algún utensilio de cocina, orinales, ropa interior, dos o tres revistas poco actualizadas, chucherías infantiles, algo de perfumería, bombonas de gas, artículos de limpieza, gorras y boinas y hasta en un rincón había varias muestras de azulejos, unos sacos de cemento y útiles de albañilería.

El pueblo casi vivía del aire. Bueno, del aire y del furtivismo. Rodeado de fincas prácticamente improductivas, dehesas casi abandonadas, era buen sitio para que se criara el conejo, la perdiz, la liebre y alguna res mayor. Con lo que sus dueños, lejanos, pero bien conocidos cuyos nombres se pronunciaban con fingido respeto o con abierta rabia según fuera el auditorio, obtenían no pequeñas ganancias alquilándolas como cotos de caza.

En casi todos los corrales se criaban dos o tres cerdos que se alimentaban de los restos de las comidas hogareñas, pocos, y con los sacos de castañas o bellotas que por la noche se trasegaban en oscuros sacos sobre hombros que formaban una sola sombra agazapada e inmóvil si se barruntaba el menor asomo de vigilancia.

Juaquiniyo era un poco de todo en el pueblo. Medio alguacil o sirviente del alcalde, recadero, algo albañil cuando había pequeñas reparaciones municipales, sepulturero, encargado del carro de la basura -poca, en tiempos que todo se reciclaba por pura necesidad- y en círculos muy cerrados, soplón que desvelaba los apaños y corruptelas que se fraguaban en el ayuntamiento. Poca cosa. Poco dinero a mover, mucha miseria que repartir, pero siempre algo de miel en los dedos que chupaban quienes eran los encargados de manipularla.

Hacía de perro en las cacerías de los señoritos y la liebre o los conejos que le regalaban -el poco dinero de las propinas lo guardaba para cerveza, su único lujo- los comíamos los lunes bien aderezados por uno de los taberneros, prácticamente la única oposición al poder municipal. Era feliz codeándose con los dos o tres que compartíamos aquella modesta francachela, bebía alegre el vino de la amistad y rara vez consentía guardar el pequeño pocito de dinero con que le pretendíamos pagar la caza que aportaba.

En pleno invierno crudo, por estas fechas, dejamos de verle unos días. Al preguntar, supimos que estaba enfermo. Nos acercamos por primera vez a su casa. Es una forma de decirlo. Una vivienda de pocos metros, cocina, sala y dormitorio en una pieza. Allí estaba, como un animalillo vencido, sobre un jergón, cubierto por una manta cuartelera y tosiendo con la poca fuerza que su debilidad le permitía. Estuvimos poco tiempo allí para que no se sintiera demasiado objeto de lástima. Cada uno recurrió a sus conocimientos de la entonces pobre sanidad pública. Conseguimos que viniera una ambulancia y lo trasladara al hospital de tuberculosos que había entonces en todas las provincias.

Terminó el curso escolar y no había vuelto. Sabíamos que no había muerto pero su recuperación era muy lenta. Pasado el verano, sufrimos la dispersión de cada septiembre. Nuevos entornos, nuevas caras a conocer, nuevos asuntos que resolver. Pero nunca me olvidé de Juaquinillo. Una luz gris de nubes y el ligero reverdecer del campo, anunciando que no tarda ya mucho la primavera, me lo han traído de nuevo a la memoria.

2 comentarios:

CharlyChip dijo...

Un retrato interesante de tiempos oscuros.

Un abrazo

Marinel dijo...

Siempre hay algo o alguien que nos trae recuerdos como en volandas.
Ahora, la brisa casi primaveral, que acecha tras el viento invernal y se intuye espléndida.
Esta posiblemente ha sido la causante de que tu vista se pose en aquellos tiempos en los que conociste a Juaquinillo y contando su historia, haces un repaso entrañable de ese minúsculo pueblo con el alma al aire, de sus costumbres y sus gentes.
Un recordar nostálgico con un protagonista inolvidable para ti.
Bonito y como digo...entrañable, muy entrañable.
Besos,Pedro.