¿QUÉ FUE DE “EL CHANCELLOR”?
Hace ahora cincuenta años de aquello. Rectifico, hace
cincuenta años en el momento de escribirlo, pero al llegar a sus manos, lector,
serán más de cincuenta y uno. Imaginen una escena prácticamente irreproducible
hoy día. Más de cien muchachos, entre los doce y los diecisiete años, entran
ordenadamente en filas y en absoluto silencio en un enorme salón comedor. En
silencio y con el menor ruido posible, se sientan al permitirlo una sola
persona encargada y sobre una pequeña tarima, un lector en voz alta va leyendo
algo que consigue estimular la atención de todos.
En voz alta y clara, matizada con un indisimulado tono de
intriga, proclama: ¡“El Chancellor”! Tras una breve pausa comienza la lectura
en el punto que concluyó la ocasión anterior. A veces, es preciso releer uno o
dos renglones, pues a golpe de campanilla, el lector cortó inmediatamente el
proceso durante alguno de los puntos más álgidos de la intriga. El Chancellor
es uno más de los relatos de aventuras de Julio Verne, el autor francés que en
su momento cautivó a millones de jóvenes europeos, muchas veces con relatos de
viajes fantásticos, alguno de ellos no exentos de una cierta visión profética.
Un barco de vela, un incendio en él, la necesidad de encallar en una isla
desierta para a continuación con los restos aprovechables del gran barco,
construir una barca o balsa en la que se arraciman, hambrientos y sedientos los
supervivientes del desastre. Y ahí cabe toda clase de noblezas, villanías,
traiciones y aventuras, manejadas con la sutileza necesaria para conseguir un in crescendo que parece acercarse a una
hecatombe final, hasta que en un momento dado, alguien a bordo de la balsa
descubre que el agua de mar es dulce: no están sino en el inmenso Amazonas, con
lo que la aventura puede encauzarse hacia un final menos desgraciado.
Pero no quiero centrar el foco de este relato en el
argumento de una de tantas novelas del francés, sino en el lector que durante
días y días era elegido para con voz potente y un cierto grado de dramatismo
iba leyendo el texto de la aventura. Como el resto de sus compañeros aspira a
entrar en una sociedad religiosa. Debe tener diecisiete o dieciocho años, no es
muy alto, de envergadura normal y en su rostro destaca una especie de
fruncimiento de cejas que denota el entusiasmo con el que vibra y hace vibrar a
sus oyentes. Su dicción es casi perfecta y vocaliza cada una de las
expresiones, de manera que los oyentes quedan prendidos de la trama. Tiene
vocación sacerdotal y algo más. Como buen extremeño, no carece de un cierto
espíritu aventurero y ha manifestado en más de una ocasión su deseo de marchar
a las misiones en países atrasados. Le ponen una barrera casi insalvable: es el
segundo hijo de una viuda y ya su hermano mayor es misionero.
Un año después entra en el Noviciado de la Congregación,
cursa a continuación tres años de Filosofía y es destinado en prácticas como
clérigo docente a La Palma del Condado. El colegio salesiano palmerino es
entonces en parte, Aspirantado o seminario menor. A él pues, van destinados los
profesores entusiastas que pueden estimular las vocaciones. Han destacado por
su preparación, por su entrega, por su ejemplaridad. Los llamados aspirantes
cumplen un régimen especial de internado, por lo que disfrutan de unas cortas
vacaciones de verano y parte de este lo pasan en el propio colegio, dedicados a
actividades más relajadas, aunque sin faltar algo de estudio y desde luego, una
disciplina que los motiva y educa para metas más difíciles.
Para mitigar en algo este régimen desde luego severo y poco
comprensible en nuestros días, a estos muchachos se les programan unos días
especiales de asueto que rompan con la relativa monotonía de las cuatro paredes
en las que viven. Como uno de los hitos más deseados está el disfrutar de un
día de playa pues el Atlántico es vecino próximo de la campiña huelvana. Viaje
con canciones, normas de comportamiento tanto en la playa como en el baño
refrescante, sobre todo en lo concerniente a internarse en el agua. Pero a
pesar de todo, la marea y las corrientes de las distintas profundidades, la
conocida resaca, tira de uno o dos chavales hasta el sitio donde no dan pie y
gritan asustados, pidiendo ayuda.
Nuestro clérigo, aquel muchacho que quiso ser misionero y
disfrutaba y hacía disfrutar con la lectura del Chancellor, no lo duda. Se
lanza al agua y consigue rescatar a los muchachos en peligro. Pero es su vida
ahora la que está en juego y pierde esa baza, la más importante, pereciendo
ahogado. Siempre que visitaba el viejo cementerio de la Soledad, me quedaba
unos minutos ante el nicho con su fotografía. Se llamaba Jesús Amarilla Solís.
Un héroe. Para mí, un héroe del que La Palma puede sentirse orgullosa.
4 comentarios:
oy he recordado a Jesús Amarilla Solis. Le he estado hablando de lo que él había significado en mi infancia, y de su triste final, a una amiga y lo he buscado en Internet. Así he llegado a este blog y me he emocionado al leerlo.
Pensé que ya sólo lo recordarían su hermano y aquellos nińos a los que su madre cuidó con tanto esmero y cariño durante tantos años (yo era una de ellas). Nunca olvidaré el inmenso dolor de la madre de Jesús
Maria
Hoy he recordado a Jesús Amarilla Solis. Le he estado hablando de lo que él había significado en mi infancia, y de su triste final, a una amiga y lo he buscado en Internet. Así he llegado a este blog y me he emocionado al leerlo.
Pensé que ya sólo lo recordarían su hermano y aquellos nińos a los que su madre cuidó con tanto esmero y cariño durante tantos años (yo era una de ellas). Nunca olvidaré el inmenso dolor de la madre de Jesús
Gracias
Soledad García
Una entrega inolvidable
Breve descripción que hice un día: https://suster.wordpress.com/2016/04/30/una-entrega-inolvidable/
Mi abuela María me habló mucho de Jesús Amarilla, otro ejemplo de dar su vida por los demás.
Recuerdo de pequeño, cuando iba con mis padres al viejo cementerio de La Palma en el puente de Todos los Santos a depositar las flores en el nicho de mi abuelo y de mi tío, quedarme mirando la lápida donde reposaban los restos del salesiano y quedarme impresionado por la historia de su trágico final.
No tengo dudas de que Dios lo guarda con mimo en el cielo.
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