sábado, 9 de enero de 2016

Hazlo por mí





Leía no hace mucho a una psicóloga con experiencia --¿era real o inventada?, porque era un libro que mezclaba personajes reales y ficticios—que la gran mayoría de quienes acudían a ella en busca de ayuda, lo hacían tras una pérdida. Fuera esta la que fuese acarreaba de forma gemelar otra pérdida: la del control de sí mismos. Ya el término autocontrol suena como a rigidez con el propio individuo que lo practica. Pero no es así. Es el control de los deseos, de los impulsos primarios, de los instintos en suma. Nos hace ser seres capaces de vivir en sociedades complejas. Nos diferencia de los animales a los que mueve el puro instinto. Un animal hambriento buscará la comida sin tener el más mínimo concepto del derecho de propiedad ajena. El gato robará de la cocina sin detenerse porque la comida la ha comprado su dueño. O el vecino. La perra en celo se apareará sin el mínimo pudor. El depredador atacará a su presa sin respetar su vida.





La pérdida nombrada llevará luego a quien la sufre a padecer distintos procesos. Una fobia, una obsesión, una depresión, una ansiedad que se cronifica, un trastorno alimentario… La ayuda del psicólogo es en la sociedad actual un lujo al alcance de pocos. La consulta de psicología que ofrecen los servicios públicos es perfectamente descriptible. Descaradamente insuficiente. De todas maneras lo que leía se refería a una ciudad grande y a un país con alto nivel de vida como es Canadá.



Pero afirmaba la psicóloga, cuya duda de si existía o no en la realidad mantengo, que la inmensa mayoría de sus pacientes se encontraban ¿adaptados? a su mal y no ponían de su parte gran cosa para remediarlo. “Alguien me ha hecho daño”…  “la vida ha sido injusta conmigo”… “no tengo culpa alguna en lo que me ha llevado a esta situación”… El terapeuta puede estar años proponiéndole cosas, sugiriéndole actitudes, recomendándole comportamientos, abriéndole el conocimiento o entrenándole en estrategias y durante todo ese tiempo la persona no hace sino ¿recrearse? en su sufrimiento. No es que se trate de un masoquismo consciente, pero puede sentirse ‘a gusto’ en la dependencia a su estado. ¿Por qué? Es estar esperando a que la vida pase por ellos en vez de la viceversa. Es estar esperando que alguien los cure, que alguien los salve, pero sin hacer nada por sí solos. Un imposible.



 Ciertamente la excepción confirmará la teoría expuesta. Una minoría podía mejorar –en palabras de la psicóloga--  pero quienes lo conseguían lo hacían rápidamente. Pues era esto realmente lo que deseaban. Por lo que se ponían a la faena. Pero el resto, casi todos, decían que querían mejorar, pero quienes han pisado el mundo de la psicología saben que hay mucha gente a la que le encantan sus problemas. Estos les dan toda clase de excusas para no madurar y enfrentarse a la vida, que es lo duro y complicado. Porque dura y complicada es la vida. Depender de alguien o de algo, una sustancia o un apoyo externo, es más fácil que enfrentarse cada día a las situaciones que entrañan dificultad. Hacerse responsable de la propia vida no es fácil. Afrontarla con el valor y el realismo que se supone en un adulto es un reto diario.   

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