jueves, 11 de septiembre de 2008

Esperador

De niños, hace cincuenta y tantos tacos de almanaque, éramos crueles con los gorriones. Tirachinas, escopeta de balines, pedradas a los nidos. Blandos con las golondrinas. La canción decía que desclavaron espinas de la frente de Cristo. Eran golondrinas verdaderas, con su blanco pecho que veíamos desde abajo y su frente y barba como dos rubíes y sus alas como flechas negras. En las ciudades grandes había más bien vencejos, más grises y chillones.

Cuando salíamos al campo con alguien mayor nos ilustraban con los nombres de los pájaros que veíamos. Nombres que cambian según regiones o comarcas. Zorzales, trigueros, estorninos, cogujadas –que en mi pueblo nombran ‘cujá’ en singular y ‘cujales’ en plural- pipitas –allí ‘pipiticas’- mirlos, grajillas, codornices, tórtolas o palomas torcaces –‘torcales’-.

Luego estaban los pajarillos de jaula. Los canarios, jilgueros, verdones, mixtos de canario y jilguero, que alegraban con su canto desde los patios más señoritos a las puertas de las humildes tiendecillas o las covachas de los zapateros remendones.

Por último, pero ocupando lugar de honor, las aves que venían en los libros, que protagonizaban poesías, canciones o prestaban su porte a blasones y escudos. La alondra, el ruiseñor, el halcón, el águila. Sí nos era familiar el milano que planeaba suave y a quien le atribuíamos escasa inteligencia.

En todo caso, salvo gorriones, golondrinas y los tristes prisioneros de las jaulas, pocos más eran los pájaros que convivían en el pueblo o la ciudad. Tal vez conocedores del poco respeto y la depredación a que se exponían.

Sin embargo hoy, el campo se ha convertido en una trampa con venenos en forma de pesticidas. Los insectos, las plagas, disminuyen en bien de la agricultura, pero en detrimento de la alimentación de estos pequeños seres, alegres en sus vuelos, que ven mermados sus nichos alimentarios.

Los ¿más osados? han decidido vivir cerca del hombre, que ya no es su depredador y se ha convertido en un casi amigo. En los parques, en los pequeños jardines o plazas ya no solo se ven gorriones o palomas. Ahora las pipitas se pasean haciendo reverencias con sus patas imposibles, con sus largas colas. Los mirlos caminan inclinados hacia delante como sacristanes antiguos. En el patio de un colegio, cuando aún estaba vacío vi no hace mucho una collera de urracas, como discutiendo si llevarse algo brillante a su nido.

Por donde paseo muchos días, cerca del pueblo, incluso sobre algunos tejados, los cuervos graznan, se graznan entre ellos o disputan sitios con distintas razas de gaviotas, de pardelas.

Pero quien me tiene ganado el corazón es un pajarillo que me acompaña a veces un trecho del camino. Suele estar en el suelo buscando no sé qué, o sí lo sé, y solo cuando estoy cerca, con un pequeño vuelo se aleja unos pocos metros hasta que casi lo alcanzo de nuevo, como jugando al corre que te pillo. Otras veces busca sitios más altos, tal vez para distinguirme mejor, pero como debe pesar muy pocos gramos, se sostiene sobre un tallo de hierba o sobre cualquier alambre de una cerca.

Su plumaje es discreto pero sin renunciar a ciertos toques elegantes. Su cabeza y su capa es parda, el vientre más claro, de un cobre sin brillo, pero es su larga colita, que despliega en sus pequeños vuelos, la que muestra un suave tono anaranjado que tal vez lo convierta en presa de algún otro alado cazador.

No sé cómo se llama. Ya ando buscando algún manual de ornitología por si lo encontrara, aunque me temo que prefiero quedarme con la incógnita y no saber cómo le llaman los demás. Yo ya lo he bautizado: ‘esperador’.

2 comentarios:

CharlyChip dijo...

Por encima de cualquier otra cosa Pedro a veces tus artículos me dan una sensación de soledad por mucho que estés rodeado de gente.

Un abrazo

Anónimo dijo...

Pero qué preciosidad de página nos has hecho hoy. ¡Qué bonita y qué poética! Es tan dulce y a la vez tan tuya. No sé si será un petirrojo. Supongo que ya habrás pensado en ello. Pero los petirrojos son muy familiares. Tengo una amiga que tiene uno que la anima a cuidar del jardín: cuando la ve salir con la hazada, se pone a un paso de ella y espera. Cuando mi amiga encuentra uno de esos bichos blancos que hay que matar y que son una plaga para las plantas, se lo pone en un plato y el petirrojo baja y se lo come. En casa tengo uno que tuve que ahuyentar por los gatos: hubiera detestado que sirviera de postre a unos de los tres míos.