viernes, 25 de enero de 2008

Infancia

Casi todas las mañanas paso por la puerta. Las siete y media, las ocho menos veinte y se detiene un coche y en brazos, en su carrito, o medio dormido de la mano entra un bebé todavía. Mientras la cuidadora lo recibe, un beso apresurado, una despedida con cierta tristeza, tal vez un amago de llanto y el coche que sale con prisas.

El edificio es feo, un paralelepípedo en horizontal, con esa arquitectura que daña a los ojos. El rótulo pone ‘Guardería Municipal’. En los periódicos suelen aparecer como Escuelas Infantiles de 0 a 3 años. Qué hermoso aquel nombre antiguo de Jardín de Infancia. En el patio, esta guardería tiene unas altas jardineras, para que no las alcancen los ‘usuarios’ y por la cerca de alambre se desparraman unas bignonias que le dan un poco de alegría. Luego por los pasillos entrevistos sí que hay dibujos alegres, con personajes de cuentos, con flores, mariposas y soles y arcoiris sonrientes que seguramente le quitan el aspecto de cárcel por horas que tiene desde fuera.

Otras veces paso a media mañana y me quedo un poco embobado porque sí tienen aire feliz la mayoría. Alguno más pacífico está en el columpio que acompaña su corto vaivén con un rian-rian, pero suavecito. No hace falta que le pongan grasa. Otros arrastran juguetes de plástico de mil colores. Coches, motos, triciclos, correpasillos. Algún extrovertido está pendiente de quien pasa y dice adiós con la mano o incluso pregunta ‘¿cómo te llamas?’, si me paro. Cuando le pregunto su nombre baja la cabeza y dice bajito, Cristian.

También he oído el comentario de alguna madre –a los viejos, aunque tenemos mal oído, nos gusta cotillear un poco- que le dice a otra que su salario se le va casi todo en pagar a la muchacha, en tener que vestir cada día arregladita, en cosmética, en la letra del coche, en gasolina... ‘pero hija, yo me moriría si tuviera que estar todo el día en casa’. Cada uno es cada uno y media docena, seis, que decía el filósofo. La mujer ha recorrido un camino duro en su emancipación y tal vez el trabajo fuera de casa, por obtener beneficio de unos estudios, por reafianzar su autoestima, por lo que sea, es encomiable. Pero también lo es dedicar, al menos unos años, a cuidar a su/s hijos/s, a llevar responsablemente un hogar, a aprovechar unos años que, ay, no volverán. Para gustos, están los colores.

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