sábado, 26 de enero de 2008

Pescado

“¡Almejas de carril, mujeres, huevas de merluza fresquísimas! ¡Dos kilos de boquerón, tantos euros! ¡El choco y la gamba fresca de Huelva, niña! ¡Merluza del Cantábrico que esta misma noche ha pasado las montañas! ¡Aquí no te vas a poner rica, mujer, pero te vas a ahorrar un billetito!” . Mi amigo tienen en su pequeña pescadería cuatro o cinco clientes esperando, pero ha dicho, ‘un momentito ná más’ y se ha asomado a la puerta de su chiscón a entonar su pregón que he sido incapaz de memorizar completo. Ha cantado el precio de la rosada, ha dicho a voces de dónde viene su atún, dónde han pescado sus acedías y todo ello con un buen humor envidiable.

Tal vez celebra que esta tarde de sábado no tiene que cenar a las seis para acostarse en seguida y levantarse a las dos y media o a las tres de la madrugada para ir al Merca. Me cuenta que a esa hora se da un largo paseo para echar un vistazo detenido, cuando aún está casi vacío, mientras los asentadores aún andan terminando de exponer sus cajas de pescado. Como decía aquel anuncio más o menos, mira, compara y compra lo que su clientela le va a pedir, al mejor precio.

La pescadería está en una calle céntrica, relativamente silenciosa, y él espera a que sean sobre las nueve de la mañana para, a cada rato, asomarse a la puerta y hacer sus recitados. Se cala una gorra blanca de marinero que nunca se ha embarcado. Se crió en un mercado municipal de muchos puestos, en el que los pescaderos no sólo pregonaban su mercancía sino que se lanzaban pullas unos a otros, dentro de la amistad y el llevarse bien, para atraer a las Marías, como suelen llamarlas con agrado, a su mostrador de mármol, donde la plata del mar relucía bajo los potentes focos. De vez en cuando echaban un disimulado rieguito sobre la mercancía que se secaba algo con el calor de la iluminación.

Hoy, en el súper lujosillo donde entro algunas veces, ese riego es un pulverizado automático que cada equis minutos cae sobre el material expuesto. Ningún empleado grita y usan un gorro impecable, chaquetilla de listas, camisa blanca y pajarita. Ni se me ocurre comprar aquí mi pescado, aunque fuera más barato. Que no es así, que sale casi por el doble.

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