domingo, 17 de agosto de 2008

Anarcohumanismo

¿Cómo se puede admirar y deslumbrarse uno después, ante una personalidad hasta entonces desconocida? Como decía la cancioncilla de aquel programa ‘Todo está en los libros’. Ahora lo sustituiríamos por ‘todo está en la red’. Con reparos, naturalmente, que hay mucho gato a precio de liebre.

A un señor lo bautizan como Melchor cuando nace en una familia trabajadora, aunque se supone que sin grandes penurias. Puedo suponer que incluso había regalos la mañana del 6 de enero, por sencillos que fueran. Su padre era maquinista de un puerto y su sueldo no debía ser elevado, pero sí suficiente para pequeños detalles.

Pero. Siempre lo hay. Pero la desgracia se abate sobre esa familia y en un accidente muere el maquinista cuando su hijo solo tiene 13 años. Le dan un puesto como calderero. Con esa edad y ese trabajo no debía tener una juventud muy cómoda que digamos.

Nacido en una capital andaluza, no es difícil entender que intentara ganar dinero, jugando a matar o morir, plantándose delante de un toro. Creo oportuno añadir que entonces se picaba desde un caballo sin peto y a estos los abría el toro como una cremallera si lograba engancharlo en sus astas. Se cuenta y es verdad, que para ahorrar la vida del siguiente, a algún pobre corcel le metían las tripas para dentro apuñados y le daban largas puntadas con cuerda y aguja gruesa para que el picador intentara sobre él, clavar otro puyazo. Mejor lo dejamos. Lo cierto es que el muchacho tal vez hubiera alcanzado la fama y el dinero si una cogida grave no lo retira de la arena.

Casi con treinta años marcha a Madrid a buscarse otra vida. Allí conoce un ambiente que le lleva a abrazar la causa del anarquismo pacifista y humanista. Llegó a ser elegido como presidente del sindicato de Carroceros, lógicamente dentro de la CNT. La monarquía alfonsina da sus últimos tumbos y al caer, nació como una luz de esperanza, la Segunda República. Melchor, tanto en el primero como en el segundo de los regímenes, fue encarcelado varias veces por su actividad sindical, por lo que emprendió una lucha en favor de los derechos de los reclusos, no solo de sus compañeros anarquistas sino incluso de aquellos de ideología contraria a la suya.

Ya en la guerra Civil, fue nombrado Delegado Nacional de Prisiones, logrando desde ahí parar abusos para con los presos nacionales y mejorar la situación violenta en las cárceles, enfrentándose en alguna ocasión con dirigentes comunistas. Con su actitud, evitó cientos de agresiones y linchamientos. Eliminó sobre todo ‘las sacas’ indiscriminadas de presos para darles el ‘paseo’. Esto le valdría que los nacionales lo conocieran con el apelativo del “Ángel Rojo”. Un Schindler español, un salvador de vidas.

Tal vez la anécdota más conocida fue después de que el ejército franquista bombardease el campo de aviación de Alcalá de Henares. Una concentración de protesta, en la que participaba gran número de milicianos armados, llegó a la prisión de Alcalá de Henares donde exigieron la apertura de celdas para linchar por las bravas a varios presos. Melchor, Melchor Rodríguez, acudió a la prisión y enfrentándose al grupo salvó la grave situación. Testigos de su afán conciliador que lograron gracias a él, salvar sus vidas fueron los hermanos Luca de Tena, el futbolista Ricardo Zamora y varios falangistas, Raimundo Fernández-Cuesta, entre otros.

Nombrado por el coronel Casado alcalde de Madrid, en los días previos al final de la guerra, fue la persona encargada de realizar un traspaso ordenado de poderes a los sublevados. Gracias a su serenidad y honradez evitó que los vencedores cobraran una temida revancha en vidas humanas. Le cupo el honor y la gloria de ser el último alcalde republicano de Madrid.

Sin embargo, al acabar la guerra civil Melchor Rodríguez fue detenido, juzgado y condenado por sus actividades anarquistas y su actuación en la administración republicana. Fue condenado a muerte, pena reducida luego a 20 años y un día de cárcel, por un tribunal militar que desoyó los testimonios a su favor de algunos influyentes falangistas a los que había salvado del pelotón. Fue puesto en libertad al cabo de un año y medio.

En la larga clandestinidad continuó y mantuvo la lucha por sus ideales y por la clase obrera. Cuando muere, en 1972, pobre, muy pobre, “unos rezaron un padrenuestro y otros cantaron ‘A las barricadas’ ”. Su entierro fue el único acto de la dictadura que unió a los dos bandos antes de la democracia. Está propuesto como alcalde honorífico perpetuo por la ciudad que lo vio nacer.

2 comentarios:

Pedro GPinto (Pedro Giraldo) dijo...

Nació en Sevilla en 1893.

Anónimo dijo...

Como él deberían de haber muchos y el mundo sería menos cruel y más llevadero...
Noto la gran diferencia entre la sentencia y lo que realmente cumplió y supongo que alguién, porfín, consiguió intervenir en su favor.