viernes, 8 de agosto de 2008

Orientalismo

En algunas ocasiones, al asomarme a esta esquina desde la que escribo –unas veces real y otras solo con la imaginación- el personaje que capta mi atención es un extraño o un lejano famoso al que nunca he visto más que en fotografías o leído sus referencias. Procuro apartarme del camino fácil de la Wiki o de un texto concreto y brujulear por distintos medios: algún libro, una revista de confianza y hasta en el periódico nuestro de cada día.

Si no se derrumba el cielo sobre la Tierra, hoy será el día clave en que comienzan unos Juegos Olímpicos, que como muchos de ellos, van a estar sumidos en la polémica. No importa, el negocio puede con todo. Porque, qué es ese montaje inmenso, en el que se invierten miles de millones, que dura años para un evento –caray, se me escapó la palabreja a la que tengo tirria- de unos pocos días. Eso sí, en esos pocos días, como en la pista del circo o el cañón de luz que enfoca al artista solitario en el escenario, cientos, ¿miles? de millones de ojos van a estar pendientes de las mismas imágenes. No voy a repetir aquello de una imagen y las mil palabras, etecé. Pero vivimos la época de la hegemonía de la imagen, la real y la virtual o la mezcla tantas veces manipulada de ambas. O sea, que esto son lentejas y si no las quieres. Pues.

Como una sombra inmensa, como una nube enorme o como un firmamento espléndido, según quien lo considere, un nombre, un espíritu y una idea van a extenderse de forma irremediable sobrevolando todo ello, aunque quede para muchos solo en el subconsciente: Mao Tse Tung ó Zedong, a elegir.

Es sublime la forma de expresarse de ese viejo y culto pueblo, el que acapara con su número una parte considerable del género humano. Si queremos quedar bien ante un auditorio por escaso que sea, otra persona sola tal vez, digamos nuestro pensamiento anteponiéndole la muletilla ‘Cómo dice un proverbio chino…’ y ya tenemos ganada casi el cincuenta por ciento de la aceptación. Y sin recurrir a los proverbios. Sus composiciones para los nombres de personas, para las situaciones, para las épocas, son impactantes,hasta poéticas como en ningún otro idioma. Fíjense si no, en estas expresiones:

La Larga Marcha

Las Cien Flores

El Gran Salto Adelante

La Revolución Cultural.

Díganme, ¿no son términos emotivos, evocadores? Luego se podrá estar de acuerdo, que lo veo difícil, con un sistema, con un régimen fruto casi en exclusiva de nuestro personaje, de sus ideas, de su resolución para ponerlas en práctica, del que solo voy a apuntar unos cuantos esbozos:

Cientos de miles de científicos, universitarios, periodistas, profesores, intelectuales, y también funcionarios y campesinos fueron o directamente ejecutados o internados en “campos de reeducación”, obligados a trabajos forzosos, como disidentes o revisionistas.

La anécdota: la Revolución Cultural prohibió tajantemente vestir al modo occidental y, ¡no se asusten!, de quien usaba gafas se decía “cuidado con él, lleva gafas para leer basura capitalista e imperialista”.

El Libro Rojo, su obra culminante, la nuez y la almendra de toda una ideología es el segundo más traducido de la historia tras la Biblia. Su autor, naturalmente, el inolvidable Mao, el Gran Timonel, cuya imagen preside la entrada de la Ciudad Prohibida, donde durante los últimos seis siglos, en este complejo de palacios próximo a la plaza de Tiananmen habían residido los emperadores de la antigua sociedad feudal contra la que luchaba Mao. Al igual que ellos, el Bienamado Presidente moría recluido y alejado del pueblo, como un monarca de antaño o un pequeño dios. Hoy se ha convertido ya, y eso lo veremos en estos días, en un icono que figura en monedas, chapas, camisetas, insignias y todo tipo de souvenirs, en una efigie que como la del Che, llevarán millones de personas que desconocen los rasgos más destacados de la biografía del anciano que a los 72 años, como prueba de su fortaleza física, cruzó a nado El Gran Río.

Una curiosidad: El apellido Li, cuyo significado es ‘cerezo’, lo utilizan más de noventa y seis millones de personas. Es el más frecuente en todo el mundo, seguido de Wang, que “solo” lo poseen noventa y tres millones. A su lado los Smith americanos y los García, los Pérez o los Rodríguez españoles, son como un grano de arena comparados con una montaña.

El dato tristísimo, uno más, es el caso de Lao She, el más grande escritor chino del siglo XX, el autor de la suprema obra “La casa de té”. Tal vez la muestra más palpable de las miserias de la Revolución Cultural. El conocido como ‘artista del pueblo’, estigmatizado como disidente, fue vejado y golpeado en un lugar que era considerado el más sagrado antes de la revolución: el templo de Confucio. Sólo un día después, el cadáver del venerable autor apareció flotando en las aguas del lago Taiping.

(Releo todo lo anterior y compruebo que he pergeñado una especie de mosaico. Por una vez, el personaje de esta esquina no es sino un símbolo, que no el único, del pueblo que va a protagonizar el máximo espectáculo en los próximos días).

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