viernes, 15 de agosto de 2008

Comprometido

Les puedo asegurar que es un tipo al que le tuve tirria durante muchos años. Era demasiado atractivo y yo demasiado poco. Era alto, tenía un tórax que hacía suspirar a las mujeres. No lo descubría con demasiada frecuencia pero todas las que lo contemplaban te miraban luego como a un paquete de tabaco vacío, arrugado y sucio de lluvia. Sus ojos eran, son aún, de un azul maravilloso. Tenía una belleza entre neoclásica y de duro de barrio. No es pues de extrañar que cuando visitaba el pueblo las mujeres, sin distinción de edad ni de estado, casadas, solteras, viudas (¿y monjas?) hicieran lo posible por verlo. Lógicamente, los muchachos por muy cegados que estuviéramos reforzando nuestros egos, durante unos días nos sentíamos invisibles. Si te cruzabas en el camino de una chica por cuyos huesos bebías el viento, su mirada te atravesaba como si un cristal fueras, no te veía, iba rumiando en su imaginación la imagen aún impresa en sus retinas, del hermoso.

Luego lo conocí maduro. Había cambiado su fisonomía, no recuerdo si se desnudó alguna vez de cintura para arriba, usaba ropa común, ocultaba su preciosa cabellera casi todo el rato bajo una gorrilla de béisbol y a pesar de que todo el mundo conocía su fidelidad a la esposa de tantos años, que aún comparte su vejez, no por ello las mujeres dejaban de sentirse atraídas por él, tanto o más que en su dorada juventud.

Antes pocos éramos capaces de pronunciar bien su nombre y apellido. Con el paso del tiempo, adquiriendo muchos de nosotros más cultura y por la hegemonía del idioma hoy casi universal, comenzamos a decirlo con bastante aproximación. Sin embargo, como un culto a la juventud ya ida, yo me reía con mi vecina, un añillo más vieja que yo aunque procuraba esconderlo como verdad dolorosa, porque ella lo seguía nombrando como cuando empezó a amarlo. Como tantas. Decía ‘Pa-ul Ne-man’. ‘Pol Niuman’, la corregía yo. ‘Ay, hijo, yo me enamoré de él llamándole Paul Neman y si ahora le cambio el nombre, ya no me parecería el mismo’.

En la película de madurez que nombro ahí arriba, ‘Harry and Son’, es el padre de un veinteañero, no sé si estaba vivo aún, o en memoria del hijo que con esa edad cayó víctima de las drogas. Él se retrata, tenía ya más de sesenta años, como un sencillo obrero que descubre que tiene un serio problema de visión y es obligado a abandonar su trabajo. Esto le lleva a una relación muy próxima con el hijo y siendo él coguionista, director y protagonista del film, hay quien lo ha considerado más como un ajuste de cuentas con ese hijo en la vida real. No lo considero yo así.

Estos días es noticia porque apurando los últimos de su vida, ya que está en la fase terminal de un cáncer, ha elegido morir en su casa y no en la frialdad de un hospital, asaeteado de catéteres que tal vez paliarían su sufrimiento final, pero sin el calor y el afecto de tantos como lo quieren. Admirable.

No es un tipo cualquiera. Además de una primerísima figura de la mejor época del cine, es un hombre vitalista y comprometido con causas muy dignas. Ya en 1978 representó a su país ante la Organización de las Naciones Unidas en la Conferencia para el Desarme. Incluso fue propuesto como candidato demócrata para gobernador de Connecticut. Mucho antes de que el cáncer apuntara su dardo maligno contra él, ya había fundado una serie de campamentos de verano para niños/as con enfermedades graves, esos pequeños calvitos por la quimioterapia con los que nos cruzamos a veces en los pasillos de un hospital. En los ‘Hole in the Wall Camps’, la diversión y la sonrisa se utilizan como medicina. Gracias a su iniciativa, 15.000 niños/as disfrutan cada año del ocio y bienestar que ofrecen sus campamentos de verano.

No sabemos si este formidable Acuario que en enero cumplió los ochenta y tres años conocerá la llegada del 2009. Pero creo que sí podemos estar seguros de que como en la Biblia, él habría sido uno de los diez justos –con sus luces y sombras- por el que se habrían salvado las dos ciudades.

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