domingo, 24 de agosto de 2008

Prepotencias

No todas las personas que pasan por esta mi esquina son personajes que atraigan mi curiosidad y luego, mi respeto, mi admiración o mi solidaridad. O mi tolerancia, o mi indiferencia al menos. Veo a la mujer de considerable sobrepeso que, armada de escoba y recogedor de cierre mecánico, sé que se llama Elvira y poco más, apura bajo y entre los coches la basura que la máquina barredora no ha retirado. Sé que madruga, su jornada laboral empieza a las siete de la mañana ahora en el verano y cuando me siente acercarme hace una mínima pausa, levanta la cabeza y responde a mis 'buenos días'. Cuando va de recogida casi siempre mira a mi ventana, vivo en un primero, y si me divisa tras o con el cristal abierto, me dedica una sonrisa como saludo. Yo le levanto el pulgar y también le sonrío. 'Eres una campeona', le estoy transmitiendo con mi gesto. Porque sí sé que fue, que es, según dicen ellos mismos, alcohólica. Que lo son mientras vivan. Pero si ha cumplido su tarea diaria, significa que el día antes no tomó alcohol. Y creo que solo una mañana, hace unos años, faltó en su última recaída.

También pasa un alto mocetón de quien sabía pocas cosas. Que era 'niño mal de familia bien'. Que tuvo buena infancia, todas las oportunidades que muchos no tienen, que fue a la universidad tras un bachiller de tropezones y que pudo hacer la carrera universitaria que le apeteciera porque su familia podía costeársela en una de pago. Aquí o en el extranjero. Prefirió la buena vida, basada en la pereza, el derroche, el cambio de de una a otra facultad, incluso de ciudad. A los treinta y pico, previo embarazo no deseado se casó con una chica también de posibles y aprovechando que esta tiene una titulación abrieron algo así como una gestoría o asesoría u oficina de esas que igual te venden un seguro que te tramitan ciertos papeleos.

No les faltó clientela dada las buenas relaciones de ambas familias. No suelen cometer grandes pifias, pues la carga laboral y dirección en la sombra, cae sobre los hombros de un hombre algo mayor, preparado y con experiencia. A él es más fácil encontrarlo en las inmediaciones de un gimnasio o a la mesa de una terraza con una bebida larga en las manos. Viste ropa muy de marca y en vez de un maletín o similar, suele llevar los papeles que precise en una especie de mochila o bandolera tipo guerrillero o explorador de marca también muy, muy exclusiva.

Con un personaje de esta índole evito relacionarme en lo posible. Pero miren por donde, en una de esas reuniones que a veces te impone el orden doméstico más elemental, puedo decirlo claro, en una junta de comunidad de vecinos con garajes comunes, surge un problema y hay que dirimirlo entre más de una parte interesada. Ya habrán imaginado que el muchacho de quien les hablo, vestido de lo más deportiva y carísimamente, representaba a la otra parte en conflicto. Era la primera vez que lo oía hablar y lo tenía tan cerca. Desde su altura, aún sentado, miraba por encima del hombro y su cara alargada y algo caballuna, mantenía una expresión de suficiencia y superioridad todo el rato. Procuré no intercambiar con él la palabra, ya que mi misión era casi de representante silencioso y nuestro administrador era quien llevaba la voz cantante, pues de eso vive y para eso cobra.

Pero como si hubiera adivinado mi aversión interna hacia él, tal vez se me notaba aunque yo no quisiera, en cuanto tuve que pronunciar una frase sin importancia, se dirigió a mí, con el tono de superioridad y gesto de conmiseración ya dicho para espetarme más o menos un ''tú te crees que porque tal y cual...'' Conté hasta diez antes de responderle -aconsejo contar, y lo hago, nueve, ocho, hasta cero- para decirle que por favor no me tuteara pues casi le doblo la edad, y bien saben quienes me tratan que pido el tuteo a las primeras de cambio, y que la interpelación que me hacía era con el administrador con quien debía discutirla. No voy a reproducir una frase bastante incorrecta que me dedicó , pero sí me levanté, le escribí una nota de puño y letra, un par de frases a mi representante en la que le daba pleno poder para concluir la negociación y me ausenté.

No suelo ser un tipo mal educado, pero temo que si me cruzo con él algún día de estos, se me escape una pequeña salivilla hacia el suelo.

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