martes, 10 de junio de 2008

Desinteresados

Hay parejas del cine que se han convertido en mitos. Se me vienen a la cabeza Stan Laurel y Oliver Hardy. O Pajares y Esteso. O Bogart y la Bacall. Aparte de que fueran más o menos exitosas sus películas, había unos nexos especiales, un pegamento muy determinado que los convertía en indivisibles. O esos dos viejos gruñones, Jack Lemmon y Walter Matthau. Conozco a quien los detesta, pero no se pierde una de sus pelis.

En un terreno totalmente distinto he conocido a una pareja de hombres también de una singularidad extrema. Empezaré diciendo que uno de ellos tiene un solo brazo y una sola mano. No sé cuándo ni por qué, aunque algo me sospecho, pero hubieron de amputarle casi bajo el hombro, brazo, antebrazo y mano izquierda y si usa camiseta de manga corta, se puede atisbar un mínimo, pues el muñón es muy pequeño. Un día estuvo contándome en qué posición ‘se nota’ la postura de la mano. Cómo hay días que le pica un poco el pulgar inexistente. Es la famosa experiencia clínica del miembro fantasma. En algún punto del trayecto hacia el cerebro, que es al fin y al cabo el destino y el origen de todas las sensaciones, se produce un pequeño estímulo, cuyo camino natural hubiera sido más largo, pero al existir esa interrupción física, ello no impide que el estímulo viaje de un extremo al otro como si el ‘hilo’, aún siguiera intacto.

A pesar de su clara minusvalía desarrolla un trabajo de gran actividad: tras la barra de un bar, atiende a su clientela. Con un ingenioso mecanismo, un pedal acciona el grifo de la cerveza y puedo atestiguar que la tira con excelente acierto. Pone cafés, tostadas, sirve copas, retira los servicios del mostrador, todo de una forma que deja algo estupefacto a quien lo contempla. Además tiene un punto de sentido del humor que a uno le deja frío. Le he oído frases riéndose de su invalidez. Mi broma preferida es decirle que ‘tiene muy poca mano izquierda para aguantar a los clientes pesados’. Siempre me contesta con algo chusco. Por si fuera poco es un hábil cocinero. Puedo dar fe de ello porque he probado alguna de sus especialidades. Es más, utilizo una receta que me facilitó un día y es realmente sabrosa.

Sería necio pensar que a veces no necesita el auxilio de un ayudante. Si no le queda más remedio, usa los dos senos del fregadero, pero le representa una considerable dificultad. Otras cosas se las hace su pinche voluntario. Aquí viene el segundo personaje de la extraña pareja. Imaginen a un hombre de edad indefinida, pero o poco entiendo de cualidades externas del ser humano o tiene más que cumplidos los sesenta. Es de talla mediana, pero no pesará allá más de cincuenta kilos. Delgado como un mimbre, calvo casi como un huevo de gallina, dentadura muy disminuida, llaman en su rostro la atención los ojos. El escaso pelo es moreno, pero tiene unos ojos claros y expresivos como ellos solos. De una cultura –de lo que llamamos cultura, aclaremos- muy escasa: no sabe leer ni escribir, a partir del veinte o así, deja de tener claro el valor de los números, se ha criado en el campo casi solo y es de escasísimas palabras, tal vez porque es consciente de que su vocabulario es muy limitado y no domina en absoluto las mínimas fórmulas de algo tan simple como el saludo.

Si le doy los buenos días, me responde con una mirada agudísima y una medio sonrisa, pero en silencio. A veces masculla algo que se hace ininteligible porque temiendo decirlo mal, lo hace en voz muy baja. Al parecer nunca tuvo seguridad social, ni quizás tampoco la necesitara y debe sobrevivir con esas pensiones muy bajas que existen. Pues a pesar de ello, es para mí un modelo de generosidad. Se mete tras la barra cuando ve al Manco algo achuchado y hace cualquier tarea con que pueda ayudarlo. Igual pone y retira tostadas, que friega cacharros cuando se amontonan, que pela ajos o trocea verduras, pasando allí casi todo el día. Ni que decir tiene que siempre está dispuesto a hacer algún recado a por algo que haga falta.

Me consta que no se permite recibir ni un euro por esa ayuda. Si acaso, ambos cuates desayunan juntos y lógicamente no paga, en una clara del trabajo mañanero. Es posible que también a mediodía tome algo de comida, pero por su aspecto, su estómago debe llenarse más o menos tan pronto como el de un gorrión. Cuando me da por imaginar, pienso que si el Manco, en vez de tener un brazo menos, fuera ciego, él sería exactamente un lazarillo, o un perro guía y haría su tarea de la misma forma desinteresada y sin darle la menor importancia, que es como lo hace ahora.

Hay millones de seres despreciables en lo que llamamos raza humana. Pero hay también ejemplos de generosidad, de autosuperación, de tipos a los que uno confiaría una bolsa llena de monedas de oro o de muchos billetes de esos gordos para que te la guardara durante unos días y al cabo de ellos, te la devolvería sin haberse asomado ni por curiosidad a mirar su contenido.

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