viernes, 6 de junio de 2008

Pirámide

Muchas veces, quizás demasiadas, internet se convierte en un proveedor de información tan importante, que, al menos a mí, me da la impresión de que busques lo que busques, se obtiene no ya una, sino miles de páginas, que habría que peinar, desmenuzar, analizar y comprobar, para estar seguros de que lo que nos dicen en ella alcanza un mínimo de veracidad.

Partamos de un ejemplo concreto y quizás se entienda mejor. Es terrible acercarse a una estación de servicio y comprobar cómo cualquier combustible ha experimentado últimamente una subida que horroriza. Una vez más, como tantas en la vida, uno se devana los sesos pensando de qué manera un vehículo –dejemos a un lado los barquitos que pescan, los camiones que recorren continentes, los taxis que usamos casi como artículos de lujo- que forma parte del trabajo de tantos y al menos del sentido del ocio y de la libertad de la mayoría, aunque solo fuera un día a la semana, podría desplazarse sin

a. contaminar de forma alarmante el medio ambiente que nos rodea. Emiten todas esas partículas que llegan a sumar millones de toneladas de dióxido de carbono, al que podemos añadir sulfuros y otros venenos.

b. herir de muerte tantas economías, que ya tienen mil agujeros –la hipoteca, sobre todo- y que boquean como ese pobre pez que nos causa alegría cuando lo sacamos del agua pero que se convierte en triste cadáver antes de llegar a nuestra sartén.

Algunos llevamos media vida oyendo hablar de milagros que nunca se cumplen. Por ejemplo del motor de agua, del motor de oxígeno, del vehículo eléctrico con las baterías recargables y de algún otro invento, hasta esas especies de platillos volantes que incorporan una placa solar que les permite autonomía para ... para llegar en su recorrido hasta el final de la pista, que pueden ser unos pocos cientos de metros.

No solamente usamos de forma compulsiva nuestro buga, mil veces por necesidad y otras mil por comodidad, sino que cada día, en aras de una mayor comodidad, a la que muchos se empeñan/nos empeñamos en llamar ‘calidad de vida’, utilizamos y requerimos unas mayores cantidades de energía. Luego intentamos acallar nuestra mala conciencia comprando unas bombillas cuyo consumo queremos creer que es tan inferior a como nos predica el fabricante, o llevando para su reciclado el tetrabrik o la lata de aluminio, lo que supone reutilizar una mínima parte de la energía que más que consumir, derrochamos.

Oímos hablar de biocombustibles, y nos alertan de que ello requeriría sustituir gran parte de la selva pulmón del planeta por plantas rentables, o lo que es peor, que el alimento de una gran parte de la población, que mire usted por donde es la más pobre, se encarecería de forma alarmante para que otra parte podamos llenar los depósitos de los locos cacharros. Oímos hablar de energías renovables y resulta que los famosos huertos solares tendrían que ocupar casi la mitad del territorio disponible para satisfacer las demandas cada vez mayores de energía. No hablemos ya de los famosos molinos quijotescos que contaminan visualmente las crestas de algunas sierras y sus pobladores cercanos denuncian como una fuente de contaminación también sonora y con un efecto importante de ionización del aire por el roce, amén de triturar con sus gigantescas aspas todo bicho volátil que ose acercárseles.

Como los mandamientos de una biblia, todos ellos se resumen en uno solo: encontrar la fuente de energía que posibilitara la producción, digamos que inagotable de electricidad, y que todo artilugio consumista se alimente de ella. Los antinucleares ponen su grito en el cielo si se les habla de esa energía que constituye su caballo de batalla. No faltan tampoco los que la defienden como única alternativa posible.

Doctores tiene la iglesia. Sabios hay que se dejan las pestañas en sus estudios. Mientras tanto seguimos en las manos de los señores del oro negro, cuya riqueza no siempre concuerda con su capacidad de raciocinio y su desmedida ambición.

“¿Y su recreación de personajes amables que se cruzan a diario en nuestro camino, Giraldo?”. Justo es decir que casi todas estas reflexiones derivan de haber parado en unos días de ausencia en varias gasolineras y comprobar cómo es amable y sonriente quien te toma la tarjeta de crédito y después te desea un buen viaje. Son el último, y amable, escalón de una pirámide donde tantos se enriquecen y ellos se limitan a ganar un salario, que pondría la mano en el fuego por defender que son del honesto gremio de los mileuristas.

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