domingo, 17 de febrero de 2008

Diversión

Conviví un puñado de años con un viejo castellano viejo. Algunos saben que fue un segundo padre para mí. Cuando un hombre al que nunca había visto llorar te dice ‘eres la única persona, además de mi madre que en paz descanse, que me ha limpiado el culo’ con dos lágrimas corriéndole por sus arrugas ochentonas, consiguió que mis ojos se nublaran, aunque yo sí volví la cara para que no los viera. Tanta emoción podía ser dañina para su gastado corazón.

Pero alegremos el ceño, porque quería contar una de sus bromas frecuentes. No era otra sino utilizar palabras de su infancia, en un castellano de términos en desuso; por ejemplo llamar ‘zaragüelles’ a los calzoncillos o ‘faltriquera’ al bolsillo del pantalón. O ‘moquero’ al pañuelo de bolsillo. Pero otras veces tenía expresiones como ‘malmeter’ –"Fulanito siempre anda malmetiendo con esto o aquello"-, o ‘malmirar’ –"Ese malmira a todo el que entra en la tienda de en frente"-.

Lo cuento porque esta mañana, domingo, me tomo un café con un joven conocido de antaño, cuando todavía era casi un niño. Tiene un moratón o cardenal, un hematoma, vamos a hablar con corrección, en la mandíbula que le mancha media cara. Al preguntarle, me contesta que el viernes por la noche le dieron una patada en semejante sitio.

Hoy en cualquier pueblo hay una zona o descampado donde de forma más o menos legal –algo inconcebible en casi todo el mundo civilizado- la muchachada se reúne a las tantas con el decidido propósito de emborracharse. Al menos, una mayoría. No se trata de charlar, reír y divertirse mientras se toman unas copas, no. Por lo que tengo entendido, y no soy sociólogo ni Dios lo permita, sólo es formar una masa, lo que da mucho anonimato, agruparse en corro e ingerir, de forma más bien rápida la cantidad suficiente de alcohol, y al parecer otras sustancias, que lleven a la desinhibición. (En mis tiempos se decía ‘a la poca vergüenza’. Pero en fin).

No les he dicho aún que mi amigo es policía municipal. Le teme a las guardias de las noches de jueves, viernes y sábado mucho más que yo a las que hacía en mis tiempos en otro sitio, que eran muy duras y a veces en exceso penosas.

Pues el viernes, y eso forma parte de la diversión cuando baja el ambiente, según me informa, se organizó una pelea multitudinaria, así como de diez o doce por cada bando, de carácter mixto, chavales y chavalas, y como le tocó ir de bombero, o sea de apagafuegos, estando como estaba el patio impregnado de alcohol, sin saber cómo ni de dónde, mientras medio se agachaba para recoger la gorra cuando ya los ánimos parecían más calmados, y otros compañeros disuadían a los pertinaces, empezó de pronto a ver estrellas y luces con el ojo izquierdo al impactarle en pleno rostro una patada que nunca pudo averiguar de dónde partía, pues la masa humana que lo rodeaba parecía, me dijo, un pulpo monstruoso de cien brazos y patas, del que emergió la pierna golpeante.

‘Gajes del oficio’, me dice como lo más natural del mundo. Cuando le pregunto por qué se originan estas broncas, me da la razón antedicha ‘porque forma parte de la diversión’. Al parecer, si no hay pelea es una noche incompleta, casi perdida. Alguno había mirado mal a su chica, la ‘malmiró', empezó una discusión a la que se sumaron los dos grupos correspondientes y de ahí a la pelea colectiva. La alegría fue que nadie sacó los hierros. Pues qué bien. Qué suerte.

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