sábado, 2 de febrero de 2008

Encuentros

Algunas mañanas parece que el amanecer trae prendido como un halo de desesperanza, de desconsuelo no definido. ¿Dormir mal, un tiempo climático negativo? A saber. Lo cierto es que los ejercicios de gimnasia de prescripción facultativa se hacen más pesados de lo habitual, se camina con la mirada a pocos metros fija en el suelo en vez de levantar la barbilla al horizonte y los pies parecen algo más pesados.

Pero por la calle peatonal, un poco en pendiente, baja una niña de unos cuatro años seguida de su padre que lleva el periódico ya bajo el brazo. La nena no camina sino que se desliza en una sencilla patineta con adornos rosados. Como su ruidillo, su mínima alerta, me obligan a levantar la cabeza, me cruzo con su mirada, con su expresión. Y como el velo del templo, se rasga el de mi difusa neblina interior e inunda mi espíritu de júbilo. Sus movimientos son de una gracilidad infinita, su expresión manifiestan la más pura alegría que se dibuja en una sonrisa contenida. Ya muy cerca, al cruzarnos y observar que la miro, su sonrisa se ha abierto ampliamente y dirige hacia mí sus ojos en los que brillan cien soles. Me doy albricias porque hay demasiadas cosas bellas en el mundo para dejar que cualquier nubecilla ensombrezca esta mañana de primavera invernal.

Pero aún me aguarda otra pequeña lotería. En el súper se dirige a mí un abuelete que ya he visto en ocasiones anteriores y en el mismo lugar. Me tiende un bote de tomate frito y me pregunta cuál es el aceite de su composición. ‘Es que veo poco ya’, me dice como justificándose. ¡Y no usa ni gafas! Le interpreto lo que me pide y le añado que uno anda ya con ambos ojos tocados del ala. ‘Pero si es usted muy joven’, casi me reprocha. ‘Sesenta y dos’, le contesto. ‘Casi un chiquillo. Yo tengo ochenta y cinco y ya mismo cumplo los ochenta y seis’. Me admiro de su vitalidad, del buen humor con que me habla, de su forma de enfrentar la vida cuando me añade: ‘Y pienso llegar a los ciento veinte!’. ‘Si es así, firmamos un pacto y nos morimos el mismo día’, le respondo ya con jovilaidad.

En el camino de vuelta, me sorprendo tarareando mi música de cine favorita.

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