viernes, 27 de junio de 2008

Electricidad

Al revés que la mayoría de los personajes que ya van haciendo algo de galería, pasando por esta esquina, a nuestro amigo de hoy no lo he visto en mi vida. O al menos, no personalmente. Me encuentro con su imagen en una fotografía y es la figura principal, y única, de un breve reportaje que seguro merece que me detenga hoy en este comentario que me gusta dedicar a gente como él.

Si les digo que me gustaría charlar con nuestro hombre tomando un café, les mentiría. Habla un idioma distinto del mío y aunque él sí, quizás, no sé, sí me entendiera yo no conseguiría comprender la mayor parte de su discurso. No. No es extranjero, pero sus dificultades con el castellano –que a mí me gusta llamar español, como lo llaman los más de trescientos cincuenta millones de hispanohablantes, aparte de los españoles que lo hablan, pero en este caso, mejor así- son casi extremas. Aparte de que su vocabulario no debe sobrepasar mucho más allá de unos pocos cientos de palabras, las que ha utilizado en sus setenta y tres años de vida.

A pesar de ser un rústico, como dirían los clásicos del XVI, tiene algo de singular que lo convierten en noticia, merecedora de esa foto en color desde la que me mira. Es alto, delgado, viste el uniforme de, ¿qué tipo de uniforme les podría definir?, el uniforme de persona que ha nacido y vivido toda su vida únicamente en el campo, en la aldea, aparte del tiempo que hizo el servicio militar que aún recuerda en una capital no muy lejos de su terruño. Los expertos en lenguaje no verbal tal vez dirían que posa ante la cámara con timidez. Está a la sombra, por lo que su rostro aparece poco definido. Algo encogido de hombros, como si así pudiera ocultarse un poco de la indiscreción a que está siendo sometido. Sostiene entre los dedos de la mano izquierda medio cigarrillo que le sirve más de compañía que de adicción.

Es un solitario. Aunque tras él se aprecian dos o tres casas, solo la suya está habitada desde hace mucho. Es el único habitante de la aldea. La hierba verde y abundante –estamos casi en julio- la frondosidad de la arboleda del fondo, las paredes de piedras grandes, medianas, asimétricas y los tejados de pizarra irregular, por fin, nos desvelan su localización. Estamos en Lugo, en la profunda y remota tierra de Lugo, la que cae lejos de los caminos compostelanos, lejos de las rías donde los mariscos o el bonito, el príncipe azul de los mares. A unos doscientos metros de su vivienda pasa un tendido eléctrico de alta tensión, pero a su lugar, ni siquiera es aldea, no llegó la corriente. Es posible que haya torres de telefonía móvil cerca y las cumbres próximas dan un horizonte de los molinos de tres aspas de un parque eólico, cuyo zumbido sí percibe. Pero era excesivo coste en su momento para que les llegara una línea con un muy escaso negocio. “A miña nai nunca foi ao Concello a pedir sacramento”, dice irónicamente. Luego, cuando murió la madre, él tampoco sintió nunca la necesidad. O si le pareció sentirla no le dio ninguna prioridad.

Desde casi siempre se alumbraron con carburo. “Traiamos o carburo por bidóns, como os das minas”. Últimamente ‘le ha llegado la modernidad’. Dispone desde hace dos años de un pequeño generador de gasolina, que le sirve para que funcione alguna bombilla y un rato la televisión. Si alguna bujía no le hace una faena. “A radio faime moita compañía, pero non poido ver moita tele”. Otro lujazo: desde el año pasado tiene agua corriente, “Puxeron unha tubería e a auga é dun manantial moi bó”. Como van deduciendo es una persona con pocas necesidades. Ya dije que viste el uniforme de campesino rural: gorra, un jersey que usa casi todo el año y un pantalón de género indescifrable. Se toca con una gorra cuyo color dejó de existir y se calza unas botas de caucho, con las que trabaja en su huerta, con su ganado, por terrenos húmedos o sucios.

Puedo hasta desvelaros su nombre, porque ha salido en los periódicos: Manuel Chao. No Manu Chao, sino Manuel. Era el último vecino de la provincia que no tenía acometida eléctrica. Por 12.000 euros, algún organismo dedicado al Medio Rural, va a poner a su alcance algo que tampoco parece echar mucho en falta: unos interruptores, unas bombillas más, algún electrodoméstico –ni siquiera ha tenido nunca nevera-, pequeños lujos que la vivienda, donde su familia habitó desde hace más de cien años, nunca alcanzó. El piensa que se lo merece “despois dunha vida de traballo”. Pero tampoco le da mayor importancia.

No es Tarzán, ni Robinson Crusoe o Daniel Boone. Tiene algún amigo y vecinos más o menos cercanos con los que cruza de vez en cuando la palabra o toma unos vasos de vino en alguna cantina. Hasta puede que entienda algo de fútbol, que es muy socorrido para hacer conversación. No sé si sabe leer y escribir, pero aunque así fuera, no lo ha necesitado tampoco mucho. Es posible que con la novedad, encienda al principio varias luces, o que vea algo más la tele, incluso que guarde algún alimento en la nevera que seguro se va a comprar. Pero es más seguro, que pasado el primer impacto, se siente a su puerta como hizo tantas veces a contemplar el vuelo de las aves, a oir sus cantos o a descifrar en la noche algún misterio de los que se esconden en las estrellas.

4 comentarios:

CharlyChip dijo...

Rincones asi, gentes así aun existen...Yo mismo, en la casa en que nací vivi eso... Por un problema de un accidente en las cercanias de la casa, que le costó la via a un hijo, al recoger un caña de las bombas de fiesta en un arbol, al tocar un cable electrico, mi tio abuelo se negó durante años a conectar la casa a la red eléctrica. Así durante años viví, cuando iba de visita a su casa, bajo la luz de los candiles de carburo o las velas. Se comia en la noche a la luz del fuego de la lareira y yo lo hacía sentado en las rodillas de mi tia abuela, con la cara caliente por el fuego y la espalda por el cálido regazo femenino de la que siempre traté como a abuela, al igual que a mi tio abuelo, pero siempre llamé tía.

Recuerdo la misteriosa subida por las largas escalinatas a la luz de una vela, de camino hacia mi cuarto que tenía un baul donde se guardaba ropa... Recuerdo temidas horas de siesta, una pesadilla, yo siempre fui muy activo y me costaba dormir en pleno dia... Bajo el solemne marcador del tiempo, el reloj de pared, que media la eternidad en pequeñas porciones sonoras mas pesadas que los párpados. Recuerdo compartir los pequeños secretos que un abuelo y un nieto comparten o los privilegios de tener a mi disposicion una aparentemente interminable coleccion de los vasos de los dias de fiesta...un lujo que me concedía mi tía abuela a pesar de ser el rompetechos oficial de la casa...Aun no tenian sus porpios nietos así que yo lo era...adeptivo...a falta de mis abuelos maternos ya muertos largo tiempo ha...
He respirado el mismo aire desde un rincon próximo, he visto los tiempos sin tractores y electródomestios, aquellos en que el tiempo no lo marcaba la hora del telediario o del partido los domingos, cuando había que pedir al reloj que no marcase ruidosamente las horas... Veo en mi mente a tu Manuel Chao, le siento respirar hondo escondido al fotografo trás una leve cortina de humo tabaquil..., siento en la imaginación sus facciones y manos arrugadas al tacto de mis manos, de mis labios en un beso en la mejilla de cuyas arrugas me sabian cercania y experiencia, a complicidad desde las profundidades del tiempo.

Un saludo y un abrazo amigo, menudo discurso me ha salido jajajjaja

Pedro GPinto (Pedro Giraldo) dijo...

Sabes que no es un discurso, Charly. Es algo más, y como menos una complicidad de cercanías y recuerdos que hacen bien en salir de dentro y echar a volar.

Gracias por compartir memorias y emociones.

Sin embargo, aparte de que este personaje ha salido en la prensa -su foto, sus expresiones- y es real, tan real que no me pertenece nada, otros de los que pasan por esta mi esquina, tienen algo de ficción, algunas veces son la fusión de dos o tres distintos. Mientras más de una vez, hago literatura, tú has escrito a corazón abierto.

Eso tiene su mérito, amigo.

Un abrazo.

CharlyChip dijo...

Tal cual escribí una situación vivida en primera persona improvisando sobre la marcha.

Anónimo dijo...

Dentro de poco ya no habrá testigos de esa época. Creo que la soledad , el aislamiento, el tener que contar sobre sus propias fuerzas exclusivamente forjan el caracter. Nuestros padres eran a veces poco acomodizos, pero las condiciones de vida así lo exigían.La mayoría de nosotros no podría vivir en las condiciones pasadas. En mi opinion tenían mucha más fuerza moral.
Besos a todos.