lunes, 2 de junio de 2008

Mórbida

- Adiós, Pedro. ¿Ya no te acuerdas de mí?

Únicamente lo reconocí por la voz. Debió nacer con un mínimo labio leporino, sin signo externo alguno, y solo cuando comenzó a hablar todos se dieron cuenta de que lo hacía con un muy ligero tono gangoso. Se le entendía sin ninguna dificultad, pero arrastraba algunas palabras y tenía cierta inconveniencia para producir determinados sonidos. Hace ya doce o catorce años, debía tener entonces entre veinticinco y treinta, estuvo trabajando en mi casa durante unos días, como ayudante de alguien que estaba haciendo una obra menor -recuerdo bien que se trataba de poner un paño de azulejos en la cochera, por donde rezumaba agua, que por capilaridad subía desde el suelo- y, sin el menor reparo ni complejo por su habla nasal y a veces incluso un poco ridícula, gustaba de contarme cosas suyas, de su familia, de la gente que conocía, de sus proyectos –todos fallidos- amorosos y hasta se permitió alguna opinión avanzada sobre temas que yo no hubiera sospechado nunca que tenía conocimientos de ellos.

En resumen, yo guardaba un grato recuerdo de aquel chaval, algo metido en carnes, simpático, hablador, amante al parecer más de los libros que de la televisión, pero ni sabía donde vivía, ni me imaginaba que aquella mañana iba a escuchar su voz inconfundible mientras sudaba un poco la camiseta en mi caminata matutina, que tal vez no debiera repetirlo si lo he dicho ya, es la única alternativa que está en mi mano para no tener que cambiar algún trozo de mi anatomía natural, por una prótesis que no dejaría de ser un cuerpo extraño, sin mi ADN y que mi madre no había concebido en su vientre, durante los nueve largos y cálidos meses que me albergó en su seno.

El caso es que yo lo había visto en su puerta. Por el pudor que a uno le invade cuando ve a alguien con algún defecto físico muy llamativo, al irme acercando a donde estaba, mi vista se fijó algo forzadamente en algún detalle de una fachada o de un coche que estaba en la acera de enfrente. O sea, que pasaba sin mirarlo. Porque, hora es ya de decirlo, Fulano, debía rondar los ciento sesenta u ochenta kilos.

Pero al oír su voz inconfundible, me paré, retrocedí los dos o tres pasos con que ya lo había rebasado y forzando levemente el tono de alegría –o al menos a mí me lo pareció- le saludé afectuosamente, como si no me hubiera apercibido de su presencia. ‘Hombre, Fulano, cómo me alegra saludarte. Iba pendiente de tal cosa de ahí y no había reparado en que estabas aquí’.

-‘No será porque no se me ve’, añadió con un innegable deje de tristeza en la voz. Como he dicho, Fulano, mi viejo conocido, es posible que se acerque a los dos quintales. Me dejó un poco sin respuesta pero conseguí farfullar algún tipo de excusa, que si a mí me sonaba falsa, a él, que estará acostumbrado a las mentiras piadosas, e incluso a los duros apelativos de los demás, debió resultarle algo habitual.

Intenté dirigir la conversación por senderos neutrales, pero él tenía claro que quería hablarme de su problema, de su obesidad. ‘Hace ya más de seis años que no trabajo. No puedo casi moverme. Y si lo hago, me asfixio en seguida. Mi médica está ya cansada de ponerme a dieta, pero cuando llega la hora de comer algo me hace olvidar todo lo que le he prometido...’ Y me contó sus excesos: sus dos o tres bolsas de magdalenas en el desayuno, los platos repetidos en la comida, las barras de pan, el abuso de la charcutería, el picar interminable de frutos secos, de chips.

‘Ahora estoy esperando que me llamen para la cirugía. A ver si cortándome las tripas, me abandona este ansia por llenarla’. También me habló del psiquiatra. Este le decía que sus enfados de niño, las burlas de los demás, los desastres amorosos, el trabajo intermitente, las frustraciones de todas las esperanzas, las pagaba comiendo. Verdaderamente no me era fácil añadir nada más a todo lo que él ya sabía. Mis palabras de ánimo debían sonarle casi tan huecas como me sonaban a mí. Solo se me ocurrió decirle que se pusiera pesado en sus reclamaciones, que fuera una y otra vez a preguntar por su espera, que protestara, que rellenara una y otra vez solicitudes, que se lo tuvieran que quitar de encima por agobiante.

No sé si mis palabras le sirvieron de algo. No hablamos de nada más y bien que me hubiera gustado preguntarle por otras cosas. Me despedí tras aquel rato de charla, alejándome de su problema, pero muy consciente de que él lo vive 24 horas cada día.

4 comentarios:

Lister dijo...

En algunos momentos me irrita bastante el observar a gente, tanto con exceso como con defecto de peso.
Si, estoy de acuerdo en que ambas alteraciones en la alimentación en muchas ocasiones devienen de un problema psicologico. Pero siempre me viene a la memoria la gente que muere de hambre en muchos lugares y que su lema es...con la comida no se juega.
Estos males de la alimentacion solo pasan en el primer mundo, seguramente tu amigo Pedro, por tu profesion eres mas indulgente, ya que conoces mas las miserias humanas. Otra cosa diferente es como bien dices, hacer burla o chanza de nadie, pero ese señor siempre puede pensar que Franco llego a ser el mandamas 40 años, estaba gordete y tenia una voz de pito que daba risa (Daba risa por lo bajinis, cualquiera reia en alto)

Un abrazo amigo

Anónimo dijo...

Bueno Lister, hoy el tironcillo de orejas te lo doy a tí. Cierto que es paradójico que mientras medio mundo se muere de hambre, el otro medio pague para que le prohiban comer. Pero creo que te pasas un pelín al ser poco indulgente con las personas que padecen estos "males del primer mundo". Es como si me dices "¿Como te preocupas porque tu hijo tiene una gripe cuando hay niños que mueren de malaria?". Si lo pensamos pocos males del primer mundo tienen importancia, la depresión, el estres, la anorexia, la obesidad mórbida.... comparados con morir por falta de alimentos o medicamentos, pero son los males que, por suerte, nos ha tocado vivir.
Otra cosa es lo de verse, algunas veces lo importante no es como nos ven los demás, sino como nos vemos nosotros mismos. Figuras como las de Franco, que tal vez rozaban lo ridículo, conquistaron y convencieron a un montón de personas. Tal vez él se veía a si mismo como un titán y, lo mas importante, conseguía que muchos lo viesen así.
No se si me he explicado bien, pero quiero decir no es fácil vivir en un mundo donde lo importante es la apariencia física y donde la belleza interior cada vez se valora menos.

Pedro GPinto (Pedro Giraldo) dijo...

Siento no disponer hoy de tiempo ni oportunidad, pero copio lo que escribí hace unas horas en el blog dwe Qué!:



Disculpen mi relativo silencio, pero llevo un par de días fuera y sin servicio de internet. De hecho, me encuentro en un cyber, porque no puede uno vivir más de 48 horas sin la droguilla.

Quería hacer un oar de puntualizaciones:

la primera que Magda, a quien aprecio muchísimo y ella lo sabe, escribe en un idioma, el español, que domina perfectamente, como comprobais día a día, pero vive, piensa y escribe, desde fuera de España y en su idioma habitual, con lo que hace un merotorio esfuerzo de 'traducción simultánea', lo que hace que a veces tal vez no exprese con total finura idiomática lo que quiere decir.

la segunda: que Cinta hace un pleno al quince, al aclarar -yo trambién lo intentaba- que la obesidad mórbida, como un tiempo la anorexia, son enfermedades muy reales y que hacen sufrir sobremanera a quienes la padecen. No voy a internarme en el campo de la psiquiatría, porque uno sabe cada vez menos de todo, pero responden a las enfermedades compulsivas, es decir aquellas que te llevan a pensar y hacer algo que escapa al ámbito de la propia voluntad.

He vivido de cerca algún caso de 'anorexia' y sé del sufrimiento de aquella criatura que veía en el espejo y en la báscula una imagen totalemtne deformada de sí misma. El caso que comento en el actual post se parece muchísimo. Mi amigo, abre el paquete de magdalens, con el firme porpósito de tomar dos o tres a lo máximo. Luego... hace lo que hace y ello le causa un malestar psicológico profundo, pero es incapaz de evitarlo.

Besos a todos.

Anónimo dijo...

Cierto es que hay problemas y Problemas. Por suerte a nosotros nos ha tocado vivir unos y por otro lado hay gente más desfavorecida. Con mi comentario no quiero alimentar la refutación a Lister pues creo que no falta a la verdad y que lo que dice es muy lícito y real. No obstante, quiero enfatizar la idea de que nos ha tocado vivir en una sociedad exigente. Se nos exige un curriculum impecable, se nos exige tener una vida satisfactoria y un sinfín de cosas más, pero si eres guapo, mejor. Hace poco comentaba con un amigo con el que comparto largas tertulias, el tema de la estética en nuestras vidas. Desde mil puntos, llamados mass media, se nos exige que seamos bellos y acordes con el standard. Por suerte uno tiene una edad en la que es capaz de analizar los mensajes y asimilarlos, aunque algun complejillo se escape, pero los jóvenes de hoy sienten una presión con la aceptación social que, a veces, hasta justifica muchos de sus actos. Trabajo con menores de distintas edades, y es muy duro ver cómo se les categoriza en "dentro" o "fuera" de los límites de lo aceptable, que es lo bonito, estilizado y lo que sale en la tele. Por suerte con el tiempo algunos comprueban a ciertas edades que lo bonito y lo bello pertenece a un círculo mucho más amplio y en el que entran a jugar muchos otros factores no visuales. Mientras sigamos trabajando por desmontar falsas y perjudiciales ideas. Por último, y para no enrollarme más, alabaré a uno de mis héroes favoritos, Harry Potter, que aparte de vender millones de libros, es el primer protagonista, héroe, ligón y super mago que lleva gafas (¿se os ocurre otro? no, ¿verdad?)
Besos para todos