sábado, 30 de agosto de 2008

Discapacidades

'Me parece que eso está ya bastante lijado', le digo. 'No. Es que el maestro nos ha dicho que no tiene que quedar nada del antiguo barniz', chapurreó un poco con su lengua no demasiado fácil. '¿Ve usted -continuó- aquí hay del viejo'. Si les digo que además de una pronunciación algo dificultosa, habla un gallego algo cerrado, comprenderán que la transcripción que acabo de hacer puede que no sea exacta del todo.

Debe tener veintipocos. Es alto y fuertote. Quizás le sobren algunos kilos, pero yo me lo imagino disfrutando de un plato bien servido y abundante o encalomándose un trozo de empanada para tres. Usa unas gafas que no están nada de moda, pero también pienso que él las quiere para ver mejor, no para ser un guaperas. Algo que le debe traer al fresco. Su expresión corporal, su lenguaje, su forma de enfrentar la vida, pueden ser la de un niño de cinco o seis años. Me lo imagino disfrutando lo suyo ante unos dibujos animados. Tal vez los 'simpsons' de quien me imagino que pilla las trapacerías de Bart o los eructos de Homer cuando le ha dado en exceso a la cervecita, sin dilucidar la crítica corrosiva de algunas frases.

Mi primer contacto con el grupo fue por separado, valga la paradoja. Dos chicas, una con síndrome de Down y otra con un evidente retraso intelectual andaban de jardinería. A la entrada del pueblo hay un pequeño jardincillo y una iba armada de unas tijeras de podar a dos manos y la otra cargaba y manejaba una desbrozadora de gasolina que debía pesar sus buenos kilos. Seguían las instrucciones de un viejo monitor, ¿jubilado?, que le indicaba a una qué forma debía darle a un ciprés con la tijera y a la otra le decía de vez en cuando dónde debía apurar más la yerba que crece espontánea.

Pronto me di cuenta de que debían pertenecer a algún tipo de taller o escuela de los que dan trabajo a personas discapacitadas. Hasta que pasé por la puerta de su centro de formación y/o ocupación. Se llamaba más o menos como he dicho: escuela o taller de empleo, eso sí, respaldada por la autoridad municipal. Deben ser entre doce y quince 'alumnos'. Todos presentan déficits muy evidentes que no es preciso ser un sabio doctor para determinar. Hay dos o tres síndromes de Down, un deficiente visual profundo a juzgar por los culos de vaso que utiliza como lentes, tal vez dos o tres sordos y, claro está, ese cajón de sastre donde se incluyen las parálisis cerebrales o como les llamen ahora los libros, que en esto hay también mucha moda, para no pecar de lo políticamente incorrecto.

Pero volvamos al chaval de la lija. El centro del pueblo es una larga carretera, recta como un huso, a la que le calculo kilómetro y medio por lo menos. Se proyectó con eficiencia y es ancha, de manera que da para amplias aceras y en algunos sitios, para pequeños jardines que dan sombra, verde y alegría. Hay no pocos bancos, hierro y madera, que invitan a la pausa, si el trayecto se hace largo o dificultoso. Estos días han comenzado por una punta y han terminado varios días después por la otra. Esto me ha permitido pasar revista al grueso de la tropa.

Serán unos doce o quince, ya lo dije, cada uno con su minusvalía, que primero provistos de lija y cepillo, han eliminado los restos del último barniz que recibieron esos asientos. Trabajan pausadamente, sin competencia ni capataz que los arengue. Sí hay uno o dos monitores que les hacen indicaciones oportunas, e incluso les dan un 'toquecillo' de ánimo cuando a alguno se le instala la pereza en el cuerpo. Luego con sus latas de barniz y las instrucciones oportunas para que no manchen demasiado -en el suelo todavía se ven algunos restos, que el tiempo deshará- con sus rodillos y sus brochas han ido abrillantando ese sencillo mobiliario urbano.

Si estuvieran en sus casas tal vez fueran tristes marmolillos aburridos, comedores compulsivos o adictos a las televisiones que acorchan el espíritu. De esta manera tienen unos horarios, unas obligaciones, unos descansos -da gloria verlos entrar en un bar y saborear sus refrescos- merecidos, realizan unas obras que benefician a la comunidad y se realizan como seres humanos nacidos para el ocio pero también para ser útiles a los demás.

5 comentarios:

CharlyChip dijo...

El trabajo es una buena terapia...

Un saludo

Anónimo dijo...

No sé cómo haces para fijarte siempre en el que menos es, y pintarlo con tanto respeto y humanidad. "El que menos es" es una forma muy brutal e injusta de nombrar a ese muchacho pero no sé como decir, porque es verdad que de cara a la sociedad, un chaval así es el último de la fila.
Un abrazo

Anónimo dijo...

El anónimo es Magda

PEDRO dijo...

Bueno, bueno, Magda. Algo positivo, mucho diría yo, aporta caminar un rato con los ojos abiertos todas las mañanas.

Si me cruzo con alcaldesas o celebridades, ya las tengo más que vistas. Es esta gente sencilla la que me desafía a descubrir que El Principito no dibujaba un sombrero sino un elefante engullido por una serpiente.

Marinel dijo...

Hola amigo Pedro, es un placer descubrirte,pues me ha encantado esto primero que he leido de ti y yo, me dejo guiar mucho por la primera impresión.
Me ha encantado la manera de enfocar este tema tan delicado,lo bien que narras el trabajo de estas personas "nacidas para el ocio" (me ha gustado muchísimo esta expresión)y que se realizan ayudando a la comunidad y de paso a sí mismos.
Pienso que tienes toda la razón al decir que en casa no serían lo mismo y que es buenísimo que hagan cosas.Además tienen una gran creatividad si los animas a ello y suelen ser dulces como la miel.
Te enlazo (si no te importa)y vuelvo por aquí.
Besos.