martes, 27 de mayo de 2008

Artesonado

Me quedé en el camino de acceso, ¿recuerdan?. En su momento aquello debió ser como la plaza de armas o ancho corral de distribución de los distintos elementos que formaban el conjunto. Suelo de adoquines y piedras, cruz de respeto, azulejo sin fecha pero con escudo heráldico. Y unos cuantos árboles, casi seguro centenarios. Al fondo una rústica escalera terminaba en una puerta baja, por la que algunos debían agacharse tal vez para pasar, en lo que podía ser un granero o similar parecido. Su parte baja era una pequeña nave, con pocas y regulares ventanas y una puerta de hierro, con la parte superior acristalada. Puedo equivocarme pero aquello tenía pinta de haber sido a la vez cocina y entrada secundaria, para el personal de servicio.

En un lateral se abre una reja de filigrana de hierro, rombos en la parte inferior, barrotes trenzados hasta la media altura, con aspecto de forjados, mientras la parte superior estaba formada por arabescos simétricos, con águilas y dragones de fundición. Gruesas y repetidas manos de pintura habían disminuido con los años las aristas primitivas y presentan suavizados los relieves. Esa sí estaba cerrada y tuve que conformarme con contemplar el aspecto exterior de lo que clarísimamente era la zona noble, semipalaciega. Unas columnas de mármol -¿la Itálica tantas veces saqueada?- sostenían un airoso porche, en el que agachándome algo pudo comprobar que conservaba un artesonado donde se adivinaban trozos rehabilitados. Una hermosa puerta de doble hoja, enmarcada en una poderosa jamba, que no hace falta ser experto en maderas para saber que sus cuarterones y travesaños son de recia caoba o cualquier otro árbol precioso es la entrada principal. Una media luna superior con radios de hierro enmarca también una vidriera que a contraluz debe dar una policromía de ensueño al zaguán. Una fecha que no acierto a distinguir. A cada lado dos ventanales enormes, casi de la altura de la pared también estaban protegidos por una reja de barrotes torneados alternando con otros de cuadradillo. Ocupando el centro, un dibujo que recuerda la heráldica del azulejo azul.

Al levantar la mirada me sorprende comprobar que no es la teja árabe la que forma la cubierta, sino la romana de doble nivel, la tégula que encontramos en la arqueología del imperio de los primeros siglos y que tanto gustaron copiar los ingleses de la época victoriana. Esto da idea de las tendencias anglófilas de la familia que manejó durante generaciones un comercio importante entre el norte cantábrico y las islas Británicas. El espacio que antecede a la edificación, un patio más recoleto con altísimas palmeras en grupos de tres y cuatro, está ensolado con ladrillos en espiga, formando unos cuadrantes separados por caminillos de mármol que convergen en una fuente también de mármol, coronada por una estatua de bronce de figura humana, cuya escala puede ser un tercio de la real y que no consigo distinguir bien, pues me da la espalda.

Todo está pulido, brillante, rechinando de limpio, muda y dormida la fuente que solo debe funcionar unas horas al día. Porque, hora es ya de decirlo, esta mansión señorial se ha degradado en aras del negocio. Seguramente haría falta una no escasa cuadrilla de mantenedores para que todo esto pudiera conservar este aire de recién barrido, recortado, barnizado, desempolvado, brillante. En un lateral, restaurando seguramente un ala ruinosa, se ha acoplado con discreción y elegancia un salón con enorme cristalera, a través de la cual diviso mesas de restaurante, con mantelería que adivino de lujo, con modernas y clásicas a la vez, sillas de alto respaldo y tapicería cuidada y de extremo gusto.

Discretamente, en un azulejo moderno que bien podría pasar por antiguo, se inscribe el nombre del restaurante en una de las pilastras verticales que separan las cristaleras. Desconozco si el dueño o dueña forma parte de la aristocrática familia primitiva, y si el precioso portalón de entrada dará acceso a una parte restante de la vivienda o todo el conjunto forma parte ya del negocio de restauración. Quiero pensar que sea la primera opción y que alguien, una mano femenina, un espíritu elegante, haya conservado los cobres, los sillones fraileros, los aparadores, la gran mesa de un bello comedor, la lámpara antigua, los cuadros heredados, las gruesas cortinas.

Me alejo con una cierta pena porque tanta adivinada belleza se haya puesto a los pies del dinero. Pero no vivimos, por suerte, en la época de sirvientes y gañanes, de ayudas de cámara y doncellas de cofia. Serán educados camareros y un pulcro maître, o una bella y madura relaciones públicas quienes atiendan con agrado y modales refinados a los afortunados que por una tarde, por una noche, puedan disfrutar de esta arquitectura que me ha emocionado, aparte de un menú no demasiado deconstruído. Le digo adiós sin poder evitar una cierta envidia de quienes un día pudieran gozar con su construcción y disfrute.

1 comentario:

Lister dijo...

Ese tipo de mansiones por aquí se ven por la margen derecha de la ría del Nervion, es en Neguri, donde habitaba le cream de le cream, y en el otro lado la margen izqda. donde habitaba y habita la margen izqda. (me parece que redundo). hace muchos años ETA causo la desbandada a bombazo limpio en esa zona y ahora esas mansiones de estilo marcadamente anglosajón (siempre los señoritos vascos marcaron afinidad por el corte british)están digo medio derruidas o en franco declive, pero hay uno que conserva todo su esplendor, hay esta con dos cojones, el biznieto del que dio el pelotazo y lo construyo se quejaba hace poco que solo le llegaba para reparar un ala...pobre hombre.
He disfrutado con este recorrido virtual, gracias maestro.

Un abrazo