domingo, 11 de mayo de 2008

Feldespatos

El tipo vino a colocar un tendedero de techo en el cuarto de baño. Era un artilugio de tubos, poleas y cordeles que lo hacían subir y bajar gracias a la máquina terminada en manivela, que no había que forzar pues me explicó la multiplicación de fuerzas de una forma, que me dije que no estaba ante un rutinario artesano, sino de alguien que sabía lo que manejaba.

Me resulta difícil estar mirando implacable y silencioso a quien trabaja, pero la experiencia me dice que no puedes dejar solo a uno de estos artistas desconocidos, pues en cualquier momento te meten el gatazo con el que te va a doler después la cabeza mucho tiempo. Así que procuré darle algo de cuartelillo e iniciar una charla insustancial. Al fin y al cabo iba a estar un par de meses en aquel piso, recién terminado de reformar, que habíamos alquilado y no quería que cada dos por tres acudiera el técnico de la lavadora, el del butano o el de las persianas a interrumpir nuestra buscada tranquilidad.

Todavía no sé cómo, aunque me parece que algo le hablé de haber nacido cerca del río Tinto y algo sobre las investigaciones que en él se hacían pensando en la posible existencia de agua en Marte, cuando el hombre se me descolgó con una casi conferencia de los orígenes y formación de la corteza terrestre. Tal vez si yo le hubiera dicho algo sobre el Depor o del precio de los percebes, la conversación hubiera languidecido o discurrido entre pausas y monosílabos. Pero cuando le expliqué que anduve junto al río de cobre y que sus orillas eran el escenario de mis aventuras de adolescente, con otro grupillo de pirados que explorábamos por sus orillas, encontró materia y se explayó como digo más arriba con unos conocimientos sobre geología que me impresionaron.

En sus días libres no usaba la caña de pescar o se daba la consabida cuchipanda gastronómica, sino que armado de un libro que al parecer era un sencillo manual, se desplazaba a zonas donde buscar y entender nuevos fenómenos, geodas, sinclinales, formaciones kársticas o las diversas variedades de granito y sus formas de erosión. El mar se había encargado, con toda la potencia que el Cantábrico sabe hacerlo, de ir desmenuzando la escarpada costa y mientras era implacable con los compuestos deleznables, batía enfurecido con los que le oponían dura resistencia.

Confieso que me apabullaba y a veces, en mi ignorancia, me temía que me estuviera colocando un rollo pseudocientífico para quedar como un marqués. Pero el entusiasmo, la luz con que le brillaban los ojos cuando me exponía, unas veces sus lecturas, otras veces sus deducciones y casi siempre su experiencia sobre el terreno, me hicieron comprender que no estaba ante un charlatán sino ante un enamorado de una ciencia poco común. Quién me iba a decir que entre el olor ácido de la silicona, el chirriar de su sierra de corte o los taladros que imprescindiblemente tenía que hacer, me iba a descubrir, no ya un mundo para mí lejano y que no revestía excesivo interés para mí, sino la pasión, su pasión por un conocimiento gratuito e intrascendente, porque como me hubo de reconocer, le era difícil encontrar a alguien que siguiera con un mínimo interés lo que para él resultaba casi el eje de su vida, fuera de la familia y el trabajo.

Es posible que volvamos a pasar alguna corta temporada en la bella ciudad que nos acogió, pero más difícil aún que nos decidamos a alquilar un piso no terminado del todo en sus detalles, y considero casi imposible volver a coincidir con semejante personaje, aparentemente vulgar pero que había dedicado gran parte de su vida y desde luego casi todas las horas de su ocio, a una afición que no le resultaba fácil compartir con oyentes adecuados. Debí pedirle un teléfono con la vaga excusa de que podría necesitar sus servicios algún día, pero no se me ocurrió en ese momento.

Pero desde luego, el recuerdo de aquel rato transcurrido en un cuarto de baño interior, de aquella conversación, culta por su parte y admirada por la mía, forma uno de los recuerdos más indelebles de aquellas vacaciones. Antes que sus monumentos, su arquitectura vistosa, que su paisaje de contrastes –modernas torres de pisos con verdes huertas al lado- siempre que evoco la ciudad no puedo sino acordarme de aquel humilde artesano, inmerso en una bendita afición por la historia de las rocas.

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