jueves, 29 de mayo de 2008

Racimos

Reconozco que casi siempre escribo por el placer que ello me proporciona y con la remota esperanza de que algún lector de los que se dejan caer por aquí, también disfrute de un pequeño agrado. Por eso me gusta recrearme en el aspecto positivo que voy descubriendo en el paisaje humano que me cruzo en la calle, o cuya historia conozco. Otras veces incluso, en ese paisaje cotidiano que nos rodea, sobre todo los pequeños detalles que pueden estar semiocultos y me gusta comunicar su descubrimiento.

Pero también es imposible a veces eludir aspectos de la vida cotidiana que no tienen nada de bonancibles, ni producen gozo estético, pero sí se convierten en una cierta obligación ética. Si digo Dublín, evocamos a la verde Irlanda, la capital de un país católico, en potente desarrollo, con su latente amenaza terrorista, con sus alumnos españoles que acuden a estudiar el idioma universal.

Pero en estos días, dos semanas desde el pasado día 16, luego termina hoy o mañana, en Dublín se reúne un grupo muy amplio de países para reflexionar sobre una plaga criminal producida por el hombre: las bombas racimo. Es difícil calcular el número de muertes producidas por la plaga, y el sin número de inocentes mutilados por las mismas.

Diferentes a aquellas otras que veíamos en las películas caer desde los aviones en tiempos de guerra, aquellos pepinos metálicos, estas tienen el aspecto de unos inocentes contenedores parecidos a las bolsas de alimentos que se dejan caer en poblaciones sitiadas u ocupadas militarmente o en regiones devastadas por fenómenos catastróficos. Lo que ocurre es que en el aire, el contenedor se abre a poco de salir del avión y de su vientre mortífero se desprenden cientos de bombas más pequeñas que como polen criminal son arrastradas por las corrientes de aire, diseminándose por amplias superficies de terreno. Muchas explotan y otras muchas permanecen latentes a la espera del paso de un niño, de un animal que resultará muerto o gravemente mutilado.

Hace ya su buen puñado de años, uno era más joven e iluso, oía un programa de radio sobre semana Santa en el que podían participar los oyentes. Se ensalzaba a una cofradía concreta y se comentaba su vinculación con una determinada fábrica, militar por supuesto, donde aún se producían, a bajo coste por cierto, las famosas minas antipersonas. Seguro que aún vivía Diana de Gales, uno de cuyos buenos perfiles fue precisamente la campaña contra la fabricación y utilización de arma tan cruel, cuyas principales víctimas, mira por dónde, solían ser niños. Mi exposición consistió en decir que más que alabar la majestuosidad de dicha cofradía, su ornato de flores o la belleza de sus imágenes, bien podían sus 'hermanos' organizar una protesta porque su Cristo o su Virgen pasearan tan cerca de donde se empaquetaba la muerte y el dolor. La conductora del programa dijo más o menos que qué cosas se me ocurrían y que no iba de ese tema el asunto.

En Dublín está presente España donde miren también por dónde, hay al menos dos empresas que obtienen su rentabilidad, hoy, hoy mismo, de fabricar estas bombas racimo, que curiosamente está demostrado que más de un 95% de ellas siembran sus espigas de martirio entre la población civil. Participadas, cómo no, por empresas bancarias que son tal vez las mismas donde pagamos la luz, el teléfono o cobramos la nómina o el subsidio de desempleo.


Si les hablo de Enrique Figaredo, muy conocido como Kike, un tipo de 48 años que ha recibido un montón de premios nacionales y extranjeros, no piensen en un escritor, o astrofísico, o informático destacado. Es un simple cura, que ha consagrado su vida a ayudar a los discapacitados en zonas del mundo como Camboya o Tailandia. Pero no a niños desnutridos, a paralíticos cerebrales o enfermos de sida sino a los mutilados que provocan allí las minas antipersona. Incluso ha desarrollado talleres para que los propios mutilados construyan sillas de ruedas siguiendo el modelo Mekong (silla de ruedas fabricada con madera y que tiene tres ruedas). Hoy continúa participando en el desarrollo de Camboya por medio de varias ONGs y actualmente lucha en la campaña en contra de las bombas de racimo, que quedan esparcidas sin control por amplios territorios, prolongando indefinidamente las guerras, actuando como minas antipersonales y mutilando a personas muchos años después del término del conflicto.

Greenpeace se ha manifestado estos días a las puertas de esas empresas españolas –preciosa industria, ¿no creen?- que manufacturan esos juguetes tan peligrosos y que al parecer son bastante rentables. No añado ni una palabra más. Ustedes mismos.

1 comentario:

Lister dijo...

Si hace poco comentaba que vamos de campeones de la solidaridad y de alianzar civilizaciones pero en de mientras, vamos sacando tajada.
Instalaza, Expal, Santa Barbara y seguro que algunas mas empresas del sector buitre, llevan años consiguiendo pingües beneficios carroñeros. Hoy daban la noticia de que una serie de paises (Entre ellos España) se comprometian a dejar de fabricar o de exportar las tristemente famosas bombas de fragmentacion con submunicion, eso si los principales paises suministradores se negaron a firmar..gentuza.

Un abrazo camarada