miércoles, 19 de marzo de 2008

Fosforito

Una de las boticas que frecuento está en la planta baja de un adosado. Se accede por un jardincillo agradable y su decoración es funcional y modernista. Nada que ver con aquellas oscuras oficinas de venerables muebles como de sacristía antigua, con botes de cerámica donde se dibujaban plantas medicinales y nombres en latín, ‘mentha poleggium’ o ‘basilicum ocimum’, el poleo de las habas o la albahaca que tan bien le sienta a la pasta.

Ayer, justo a la entrada del jardín, pasada la verja, veo a un hombre agachado espolvoreando con unos polvos rosa fosforito sobre algo que no identifiqué. Para no parecer muy entrometido, retuve un poco el paso pero no me paré a hacer de mirón. La boticaria, una licenciada mileurista que suele atenderme con sonrisa y buen semblante estaba seria, como con una cierta preocupación. Luego advertí movimiento en la rebotica y asomó el farmaceútico dueño, con expresión muy seria también. No dijo ni mu y volvió a entrar para dentro. Jo, me dije, hoy no está la Magdalena para tafetanes. Algo se cuece y aunque no sean coles me temo que tampoco huele bien.

Por donde mismo había asomado el boticario, apareció entonces un señor armado de cámara fotográfica y una señora con guantes de látex y pequeñas bolsas de plástico, alguna vacía y otras con contenido. Tate, para algo es uno lector empedernido de novela negra. Estos son de la pasma. Y el que estaba ahí fuera lo que hacía era examinar una de esas alfombrillas protectoras que se ponen sobre los mostradores de cristal. Poniendo polvos reveladores de huellas dactilares. Aquí ha habido tomate.

Cuando terminó de atenderme la chica, diplomáticamente dejé caer mi pregunta y sí. Anoche, poco antes de cerrar, un tipo con pistola arrasó la caja y dio un susto de muerte a quienes atendían a la clientela, un servicio público tan necesario y desde hace poco tiempo, profesión de riesgo. Lo lamenté con ella quien me aseguró que por fortuna, no se encontraba ella a esa hora pues el horario es muy amplio, pero el hecho de por sí, era suficiente para que la sonrisa sea por unos días un lujo fuera de alcance.

Hace poco hablaba aquí de sonrisas infantiles y miradas huidizas. Vivimos la época que vivimos, dejé escrito con filosofía de andar por casa. Gramática parda se le llama también. Con el mayor nivel de vida, adorando tanta gente al becerro de oro en su pedestal de barro sucio, también hemos llegado a las servidumbres que ello comporta. Tuve la curiosidad, ¿malsana?, de preguntar si el pistolero tenía acentos extraños y me confirmaron que no, que su habla era de la tierra nuestra. Me alejé rumiando la idea de que no necesitamos importar maleantes y recriminándome el hecho de pensar en descargar sobre gente de fuera los males que son propios de todas las latitudes.

No hay comentarios: