domingo, 20 de abril de 2008

Vivimos inmersos en prejuicios sin sentido. Cuadriculamos innecesariamente nuestra agenda vital -para una tarde de ocio, para un fin de semana, para unas vacaciones- como si se tratara de nuestra rutina laboral. Los lunes, zapatos serios y ropa adecuada; horario bien construído; coffe-break a su hora y ni un minuto más; transporte milimetrado; comidas a sus horas, casi seguro con prisas; reposo, lectura, tele (!) y a dormir. Martes, más X, más J, más V, casual indumentaria como presintiendo la alegría de un descanso programado y proyecto para ocupar la mente y el tiempo. Sábado de carrito en el súper, extras muy pensados, alegre mañana de domingo y tarde de melancolía, rumiando el tedio que comienza otra vez. Y vuelta a empezar.

Ah, pero viene la fiesta, también con agenda previa. Qué alboroto, ropa nueva y vistosa, alegría forzosa, desilusión rabiosa. No. No es que ande bajo el negro paraguas de la depresión primaveral. Es que esta mañana mi paisaje humano se tiñó de pena por una niña. Es abril, pero como la luna de Parasceve madrugó en marzo, todo el calendario supeditado a ella, temprano acontece lo esperado, y abril se hace mayo antes de tiempo.

Hoy era mañana de comuniones. Respetando usos y costumbres, no vaya nadie a tomarme por aguafiestas, el antiguamente llamado 'pan de los ángeles', se reviste en nuestra cultura de nuevos ricos en escaparate de vanidades. Pero, ay, estamos aún en abril, que se ha vuelto locuelo, como si de un febrerillo despendolado se tratase, y hace viento frío, amenaza lluvia y se asustan los pájaros silenciosos. Una familia baja algo apresurada de su coche. No son protagonistas, sino invitados. No va una niña/novia de tules o un chaval formalito de corbata y cordón dorado al cuello. Pareja de mediana edad, hijo mayor de atuendo moderno pero estudiadamente festivo y, ay, de nuevo, ay, joven damisela presumida que hace ya alguna semana, cuando en las tardes de verano presentido, el tiempo invitaba a tomar el sol, eligió un modelito casi de verano. Lleva los hombros al aire y el vendavalillo agita el tejido tenue que la cubre. Es la edad en que no va a destrozar su sueño de pasear el lindo espectáculo de su desfile de niña bonita una borrasca inoportuna que viene del Atlántico. No va a cubrirse con algo protector y azulean sus labios por el frío, a pesar de carmines y coloretes. Es una contienda entre la razón y la moda, que la primera tiene siempre perdida.

Pobre chiquilla presumida, que tal vez discutiste con tu madre toda la mañana y has terminado ganando la batalla que implica una derrota de tiritones sufridos, esforzando una sonrisa. Quiero pensar que la iglesia estará tibia de gentío y desayunarás en un salón acogedor a buena temperatura. Que tu sacrificio de ese frío inocente y quinceañero tenga el premio de cien ojos que te admiren y al menos cinco frases que te arrullen. Vas muy bella.

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